Una vez dada la candidatura mayor a Rubén Rocha Moya, en Morena despierta pasiones la alcaldía de Culiacán. Con diferentes debilidades y atributos, la desean Jesús Estrada, Graciela Domínguez y Gerardo Vargas, entre otros que se creen listos para ejercer el arte de gobernar.
Antes, Estrada y Vargas disputaron la candidatura asignada al ex rector de la UAS, tras lo que Culiacán se convirtió en su plan B, pues, sin duda, es la cereza del pastel después de ‘la grande’.
Su amistad con López Obrador y una gestión regular parecen ofrecer algunas ventajas a Estrada, quien pretende regir por segunda ocasión una ciudad y un territorio aún con muchos rezagos.
La ciudad es también una plaza capital del narco y ello la convierte en una bomba de tiempo.
Culiacán ingresó ya al club de zonas metropolitanas con una población mayor al millón de habitantes. Se trata de una urbe construida sin observar estrictamente los programas de planeación y, en consecuencia, la extensa mancha urbana invade zonas de riesgo y tierras productivas. La recurrencia de inundaciones es una consecuencia de ello.
Entre los logros de Estrada destacan el nuevo sistema de iluminación con tecnología LED, que mejoró el aspecto de la ciudad, y debemos reconocer que ya no requerimos buscar “por dónde no hay baches” para llegar a nuestro destino. El avance del programa de bacheo es indiscutible.
Pero muchos morenistas, ciudadanos y la mayoría de los analistas regateamos estos reconocimientos a Estrada. ¿A qué se debe esto? Quizá a que el alcalde carga con errores cometidos al inicio de su ejercicio, cuando parecía buscar camorra a cada paso, lo que contribuyó a crear una imagen no favorable del abogado gobernante.
Otra de las principales líneas de acción de Estrada fue ordenar el espacio público a través de la liberación de banquetas invadidas, en lo que logró algún avance. No obstante, la percepción común es que el alcalde buscaba campanazos mediáticos, más que erradicar en definitiva este problema.
Gobernar Culiacán no es fácil. La alcaldía desgasta a cualquiera, de ahí la antigua cábala: gobernar Culiacán sepulta el sueño de ser gobernador de cualquier presidente municipal.
Paradójicamente, nuestra gente es muy agradecida. Cualquiera con algunas canas recuerda con afecto, por ejemplo, a Ernesto Millán Escalante, quien logró una transformación muy favorable de la imagen citadina mediante el mejoramiento del paisaje urbano, el embellecimiento de las principales avenidas y de las riberas de los tres ríos. El culichi común recuerda con agrado a aquel hombre amable, educado, de sonrisa franca, promotor de la cultura, abierto al diálogo y al entendimiento.
Graciela Domínguez deposita su confianza en la labor realizada al frente de la Junta de Coordinación Política del Congreso e, indiscutiblemente, en su cercanía a Rocha Moya.
La incursión de Vargas -el gallo más paseado de los aspirantes- en esta lucha es sorpresiva. Vargas parecía un candidato firme a una diputación federal o a la alcaldía de Ahome, pero de pronto dijo que su sueño es gobernar la capital.
Durante meses, argumentó que el pueblo de Sinaloa lo quería a él como gobernador y que las encuestas ratificaban esa tendencia.
Tras la decisión de Morena en favor de Rocha, empero, Vargas exclamó que el proceso fue “un atraco” contra los sinaloenses.
En el inter, tanto Estrada como Graciela Domínguez manifestaron su rechazo a que Morena designará como candidato a Vargas, en virtud de que -decían- no es militante del partido. Son los antecedentes.
Si los ánimos no se atemperan, el proceso de Morena podría terminar en cena de negros o algo similar.
Morena es favorito para ganar las elecciones en junio. Pero no hay garantía de que esto ocurra “con cualquiera” o en condiciones de división interna, un riesgo latente si ocurre una confrontación de tono elevado entre los precandidatos, padrinos, promotores y sus fans.
Para cualquier partido, la división es siempre lo más parecido al fracaso. Veremos.