Las recientes marchas en Culiacán han puesto de manifiesto un fenómeno recurrente en la esfera pública: la acusación de que un movimiento noble, nacido de la necesidad y el clamor social, se está politizando. En este contexto, es fundamental entender las diferencias entre politizar y partidizar, y cómo estas dinámicas impactan la efectividad de los movimientos sociales.

Politizar un movimiento no solo es inevitable, sino que puede ser necesario. La política es, en esencia, la vía para negociar y alcanzar acuerdos que beneficien a la comunidad. Cuando un grupo de ciudadanos se moviliza en torno a una causa, busca visibilizar sus demandas y hacerlas llegar a quienes tienen el poder de tomar decisiones. En este sentido, la politización de un movimiento puede ser vista como una forma de empoderamiento, donde los ciudadanos utilizan la herramienta política para exigir cambios y mejoras en su calidad de vida.

Sin embargo, el desafío radica en la tendencia a partidizar estos movimientos. Partidizar implica asociar un movimiento específico con un partido político particular, lo que puede desvirtuar su esencia original. En tiempos en que la desconfianza hacia los partidos políticos y sus dirigentes es palpable, este proceso se vuelve aún más complejo. La partidización puede llevar a que los intereses de los partidos eclipsen las necesidades reales de la comunidad, debilitando el mensaje y los objetivos del movimiento.

En Culiacán, las marchas han sido un reflejo del descontento social, y es natural que se busque un espacio en la arena política. Sin embargo, hay que tener cuidado de no permitir que los partidos se apropien de estas luchas legítimas. Los ciudadanos que marchan lo hacen con la esperanza de ser escuchados y de que sus demandas sean atendidas, no para convertirse en peones de una agenda política que no representa sus intereses.

La clave está en mantener la independencia del movimiento social mientras se busca el diálogo con las autoridades y se utilizan los canales políticos para lograr cambios. Es posible que la política sirva como un vehículo para la transformación social sin que esto signifique entregar el control a un partido en particular.

En conclusión, mientras que la politización de las marchas en Culiacán puede ser un paso necesario para lograr visibilidad y diálogo, la partidización es un riesgo que puede desvirtuar los verdaderos objetivos de los ciudadanos. Es fundamental que los movimientos sociales mantengan su autonomía y se enfoquen en sus demandas, utilizando la política como una herramienta para negociar y alcanzar la armonía, sin caer en la trampa de convertirse en instrumentos de partidos que han perdido la confianza de la ciudadanía. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa, donde las voces de la comunidad sean verdaderamente escuchadas y atendidas.