Cómo olvidar aquel tiempo en que el PRD emergía con un líder carismático que movilizaba a las masas, que encendía la pasión en cada rincón del país y que, con su retórica incendiaria, inspiraba a millones a luchar por un cambio. En esos días, las calles se llenaban de gritos de protesta, de esperanza y de una búsqueda incansable de justicia. El ambiente estaba marcado por la efervescencia de las redes sociales, donde expresar un desacuerdo era casi un acto de valentía, una declaración de principios en un mundo donde la opinión contraria podía desatar una tormenta de ataques.
Recuerdo cuando un simple comentario en redes podía hacer que te descalificaran de todas las formas posibles. La violencia verbal era la norma: te insultaban, te acusaban de todo, y si la situación lo requería, incluso se inventaban historias sobre tu vida personal. La polarización era tal que la discusión política se transformaba en un campo de batalla, donde el respeto y el diálogo eran reemplazados por la descalificación y el desprecio.
Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado drásticamente. Muchos de aquellos que antes militaban en el PRD, esos mismos que levantaban la voz por un cambio, han encontrado un nuevo hogar en Morena. Pero lo irónico es que, en este nuevo contexto, la posibilidad de expresar opiniones contrarias se ha visto aún más restringida. La crítica interna es prácticamente inexistente, y cualquier voz disonante es rápidamente silenciada o descalificada como “traidora”. La atmósfera se ha transformado en un ecosistema donde la lealtad ciega al partido se convierte en un requisito para pertenecer, dejando poco espacio para el disenso.
Los “chairos”, como se les ha denominado a los fervientes defensores de la administración actual, han cambiado las reglas del juego. Lo que antes era un unidireccional grito de apoyo se ha convertido en un eco de descontento. La gente ha comenzado a manifestarse, pero no a través de los partidos políticos, que han perdido su conexión con las bases. La lección ha quedado clara: los partidos son vistos como intrusos en la lucha popular. Cualquier intento de apropiarse de una bandera se traduce en desprecio y rechazo. La gente no quiere que los partidos se cuelguen de sus luchas; quieren que sus voces sean escuchadas sin intermediarios.
En Sinaloa, por ejemplo, el panorama es diferente. Las redes sociales han permitido que las voces de los ciudadanos se escuchen con más fuerza. Ya no es raro ver a la gente criticar abiertamente a los gobiernos o a sus representantes, ya sea en Facebook, Twitter o TikTok. La gente en las calles, en las paradas de autobús, en cualquier lugar, expresa su opinión con libertad. Se reniega, se crítica, se defiende una postura, y la frase “no les gusta comer de lo que guisan” resuena con fuerza. Hoy, los ciudadanos han tomado las riendas de su voz y han dejado claro que no están dispuestos a aceptar un menú que no les satisface.
Sin embargo, este cambio no viene sin sus desafíos. La polarización sigue siendo un problema, y la confrontación entre diferentes grupos de opinión puede llevar a un ambiente hostil. Las redes sociales, aunque ofrecen una plataforma para la libre expresión, también pueden convertirse en un campo de batalla virtual donde la desinformación y los ataques personales son moneda corriente. La gente se agrupa en ecosistemas donde solo se escucha lo que quiere oír, y esto puede llevar a una mayor fragmentación social.
Aun así, la política en México parece haber alcanzado un punto de inflexión. La participación ciudadana ha evolucionado, y aunque los ecos del pasado aún resuenan, el presente nos muestra que la lucha por la justicia y la equidad sigue viva. La gente está cansada de los discursos vacíos y de las promesas incumplidas. Ahora, más que nunca, es el momento de escuchar y, sobre todo, de actuar. Las cosas han cambiado, y es deber de todos participar en este nuevo capítulo de nuestra historia política.
El desafío ahora es construir un espacio donde el diálogo y la crítica constructiva sean no solo permitidos, sino fomentados. La democracia no se trata solo de elegir a un líder; se trata de construir un tejido social en el que cada voz cuente y donde la diversidad de opiniones enriquezca el debate. La historia de la política en México continúa, y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en la construcción del futuro que queremos.