La política en Sinaloa está en una encrucijada peligrosa, marcada por la ineficiencia y el nepotismo desmedido. Los ahijados del gobernador, en lugar de ser agentes de cambio, se han convertido en un lastre que arrastra a la administración pública hacia el abismo. No es solo una cuestión de favoritismo, sino de una grave falta de competencia y compromiso con la ciudadanía. La situación en Culiacán y Mazatlán es un testimonio doloroso de los efectos corrosivos de esta cultura política.
Comencemos con Juan de Dios Gámez Mendivil, el actual alcalde de Culiacán, quien ha demostrado ser uno de los peores líderes que la ciudad ha tenido. Su gestión ha sido un claro ejemplo de cobardía y arrogancia. En lugar de tomar las riendas y enfrentar los desafíos que afectan a la capital sinaloense, Gámez Mendivil se ha mostrado como un líder que evita la confrontación. Su incapacidad para abordar temas críticos como la seguridad y los servicios públicos es inexcusable. ¿Dónde está la transparencia que los ciudadanos merecen? ¿Por qué no da la cara ante los problemas que azotan a Culiacán? Sus respuestas evasivas y su tendencia a esconderse tras la figura del gobernador son un insulto a la inteligencia de los habitantes.
Culiacán no necesita un alcalde que se limite a cumplir órdenes desde las sombras; necesita a alguien que escuche, que actúe y que se preocupe por el bienestar de su gente. Sin embargo, Gámez Mendivil ha elegido el camino de la comodidad, dejando a su ciudad en un estado de abandono. La ciudadanía ha visto cómo los servicios públicos se deterioran y cómo la inseguridad se apodera de las calles, mientras él se aferra a su puesto sin rendir cuentas.
Pero no podemos detenernos ahí. Estrella Palacios, otra de las ahijadas del gobernador, ha llevado a Mazatlán a una crisis que parece no tener fin. En menos de tres meses en el cargo, ha logrado desmoronar lo que antes era un destino turístico en auge. La falta de visión y estrategia en su gestión es asombrosa. ¿Cómo es posible que una mujer con suposición de liderazgo ignore las necesidades de un lugar que depende tanto del turismo? La arrogancia y la prepotencia de Palacios son palpables. Su incapacidad para conectar con la ciudadanía y entender el funcionamiento del sector público es un desastre en sí mismo.
Los negocios están cerrando, los turistas se han alejado, y la economía de Mazatlán se tambalea bajo su mandato. La gente ha comenzado a perder la esperanza, y lo que una vez fue un lugar vibrante se ha convertido en un desierto de oportunidades. La prepotencia de Palacios es un insulto a quienes han trabajado arduamente para construir una ciudad próspera. Su única credencial parece ser su cercanía al gobernador, lo que plantea serias dudas sobre la transparencia de su ascenso al poder.
Y luego está Tobías Lozano, coordinador de la zona sur del Codesin, quien parece vivir en una realidad paralela. Su reciente declaración en Durango, desestimando la crisis en Sinaloa como “mentiras de la prensa”, es una muestra de desconexión absoluta. ¿Cómo puede un funcionario público ignorar las voces de una población que clama por soluciones? Lozano se ha convertido en un verdadero lame botas del gobernador, creyendo que su lealtad ciega le otorgará un pase libre para ignorar la crisis que enfrenta nuestro estado. Pero la realidad es que su actitud despectiva no solo es irresponsable, sino que revela una falta de respeto hacia los ciudadanos que sufren las consecuencias de su gestión.
La ola de descontento hacia estos ahijados del gobernador no es solo una crítica aislada; es un grito colectivo de un pueblo cansado de la impunidad y la ineficacia. La ciudadanía de Sinaloa merece líderes que se comprometan a trabajar para el bienestar de la comunidad, no aquellos que se aferran a sus puestos por razones personales. Es hora de que se exija rendición de cuentas y que se tomen decisiones que prioricen el interés público sobre las relaciones personales.
La política no puede seguir siendo un juego de favores y nepotismo. Los ahijados del gobernador han demostrado que son incapaces de enfrentar los retos que se presentan, y la gente de Sinaloa no debe permanecer en silencio. Necesitamos un cambio radical en la forma en que se eligen y se gestionan nuestros líderes. Las voces de la ciudadanía deben ser escuchadas, y es hora de reclamar un gobierno que realmente sirva a su pueblo. Sinaloa merece mucho más que figuras vacías que solo perpetúan el ciclo de la mediocridad. Es hora de deshacerse de los ahijados y dar paso a un liderazgo auténtico, comprometido y capaz.