Ayer se llevó a cabo lo que muchos esperaban sería un hito en la historia judicial de Sinaloa: el foro de la reforma judicial. Pero en lugar de ser un evento inclusivo y representativo, se convirtió en un triste recordatorio de cómo el poder y el dinero pueden distorsionar la realidad, volviendo a todos iguales en su ambición y exclusión.
Es una vergüenza escuchar afirmaciones de que los foros fueron un éxito en Sinaloa, cuando la verdad es que solo un puñado de aplaudidores y compadres tuvieron acceso a lo que se discutió. Desde el momento en que llegabas al Congreso, te encontrabas con un grupo de manifestantes y una barrera de metal, reforzada hasta el extremo, que aislaba a los ciudadanos comunes y corrientes. Era evidente que estos foros estaban diseñados para ser un evento exclusivo, reservado para amigos cercanos y empleados serviles.
Los trabajadores del Congreso mostraban una mezcla de sorpresa y resignación, conscientes de que las órdenes que estaban cumpliendo eran injustas. Los manifestantes lograron llegar solo hasta el vestíbulo del pleno, enfrentándose a dos filtros adicionales encabezados por figuras como Ríos Rojo y el infame Cuco, apoyados por Miller. Estos individuos decidían arbitrariamente quién podía entrar y quién no, en un ejercicio descarado de favoritismo y censura.
Hace unos minutos, leí la columna de mi amiga Vanessa Félix, y con mucho cariño y respeto, le pregunto: ¿a qué Sinaloa se refiere? Porque ciertamente no es el Sinaloa que yo vi ayer. Los manifestantes, aunque justificados en su protesta, se enfrentaron a un trato humillante. Y la prensa, como ya es costumbre bajo el régimen de Morena y sus secuaces como Ríos Rojo, Cuco y Miller, empleados de Feliciano Castro, fue ninguneada y humillada. Solo a los “acreditados” se les permitió el acceso, pero esta información jamás fue divulgada de manera justa y equitativa.
Lo más paradójico y, al mismo tiempo, irónico de toda esta situación es que uno de los puntos más importantes de la reforma judicial es precisamente que los magistrados sean elegidos por el pueblo mediante votación directa. Sin embargo, ese mismo pueblo al que se le prometió una mayor participación y voz en la elección de sus jueces, fue deliberadamente excluido de la discusión en el foro. Es un acto de hipocresía monumental, un engaño descarado que subraya la desconexión entre el discurso oficial y la realidad vivida por los ciudadanos. ¿Cómo puede esperarse que el pueblo confíe en un proceso que supuestamente le da más poder, cuando ni siquiera se le permite estar presente en las discusiones que definirán el futuro de su sistema judicial? Esta exclusión no solo socava la legitimidad del foro, sino que también despoja a la reforma de su propósito fundamental: la democratización y transparencia en la elección de magistrados.
La molestia creció entre los presentes al ver que ciertos medios, aquellos que trabajan para ellos, llegaban con acreditaciones en mano. Este foro fue un fracaso rotundo y Sinaloa quedó en la oscuridad, sin enterarse de las discusiones cruciales que se llevaron a cabo. Hoy, con total convicción, reto a cualquiera que diga lo contrario.
La farsa del foro de la reforma judicial es un reflejo de la desigualdad y la ineptitud que plagan nuestras instituciones. Es un llamado de atención para todos nosotros, un recordatorio de que la verdadera justicia y representación aún están lejos de ser alcanzadas en nuestro estado.