Este fin de semana, el Hospital General de Culiacán se vestirá nuevamente de gala. Se espera la presencia del Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, la Presidenta Electa, Claudia Sheinbaum Pardo, el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, y otros funcionarios de distintos niveles de gobierno para la tercera inauguración de este centro médico. Sin embargo, más que una celebración, este acto parece ser la continuación de una historia que ha tenido más de inauguraciones que de servicio efectivo a la comunidad.
El Hospital General de Culiacán ha sido bautizado por algunos como “el hospital de las mil inauguraciones”. Y no es para menos. Desde que la obra fue iniciada bajo la administración del entonces gobernador Quirino Ordaz Coppel, la inversión millonaria destinada a este proyecto ha generado más expectativas que resultados concretos.
En un primer intento de inauguración, Ordaz Coppel, acompañado por el Presidente López Obrador, cortó el listón que debía marcar el inicio de una nueva era en la atención médica en Sinaloa. Pero ese día, las puertas del hospital no se abrieron al público en general. En lugar de cumplir su función original, el hospital fue adaptado temporalmente como un centro COVID, administrado por la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), durante lo más cruento de la pandemia.
Con el paso del tiempo, y tras la retirada de la SEDENA, el hospital se convirtió en lo que muchos consideran un “elefante blanco”. Una estructura moderna pero vacía, que no solo no cumplía con su propósito inicial, sino que se convirtió en una carga financiera para el estado. La falta de presupuesto para su habilitación y operación lo condenó a la inactividad, mientras los recursos públicos se iban agotando sin que los habitantes de Culiacán vieran un beneficio tangible.
Fue recién en mayo de este año que el Secretario de Salud en Sinaloa, Cuitláhuac González Galindo, anunció que finalmente el hospital comenzaría a operar en junio, aunque solo en su área de consultas. La tan necesaria área de urgencias seguiría en el viejo hospital, dejando en duda la efectividad de este nuevo complejo en situaciones de emergencia, especialmente considerando su lejanía respecto a varios sectores de la ciudad.
Esta tercera inauguración, a la que asistirá la nueva cúpula política del país, es una nueva promesa para los ciudadanos. Sin embargo, queda en el aire la pregunta: ¿será esta la ocasión en que el Hospital General de Culiacán finalmente comenzará a cumplir su función, o seguiremos siendo testigos de más inauguraciones vacías? La distancia entre promesas y realidades sigue siendo una constante en la vida pública mexicana, y el tiempo dirá si este hospital se convertirá en un símbolo de avance o en una prueba más de la ineficacia de la gestión gubernamental.
Los habitantes de Culiacán merecen más que actos simbólicos; merecen un sistema de salud que funcione, que esté accesible y que realmente responda a sus necesidades. Por ahora, solo queda esperar y ver si esta nueva inauguración será la definitiva o si el Hospital General de Culiacán continuará sumando inauguraciones a su largo historial.