Es común desear el fin del “enemigo”. Aprendimos esto desde lo individual y colectivamente: “aquel” estorba. Y con esta lógica, el 13 de mayo fue asesinado a balazos Abel Murrieta, ex Fiscal de Justicia de Sonora y candidato a alcalde de Cd. Obregón, en pleno centro de la ciudad.
Tal creencia aplica en la política y en cualquier espacio de la vida social o de la competencia económica.
Pero es en la política donde más abierta y rudamente (las reglas son confusas y el árbitro es golpeado impunemente) se juega a la oposición-confrontación para aniquilar al contrario. La polarización, de este modo, es permisible.
En la lucha electoral, los recursos para destruir al ‘enemigo’ van desde las amenazas o la muerte misma, los carpetazos y el escarnio.
La lucha se manifiesta en la desacreditación de los contrarios, principalmente de los candidatos, con base en perspectivas que, cual regla de oro, se revierten contra los atacantes.
Desgraciadamente, estas batallas no se libran sobre un ring o un campo determinado.
La contienda involucra a todos los ciudadanos, ya sea a quienes se ‘contagian’ más de las proclamas de sus adalides (los fogoneros de las campañas, quienes suelen ser los colaboradores mejor cotizados), o a la mayoría: a una masa de ciudadanos terriblemente desinformada y manipulable.
Un objetivo central es burlar las reglas del juego y dramatizar hasta el cansancio cualquier infracción del contrario.
Lo vemos en los debates entre candidatos. No hay ahí ninguna concesión. La cortesía es aparente. La discusión ideológica no existe. La estrategia única es golpear y dañar y, en sentido figurado, matar. La contribución a la democracia es nula. La “victoria” que se atribuyen todos es pírrica. Se privilegia la arenga, se desprecia la discusión: examinar cuidadosamente un tema.
Irremisiblemente, el proceso finaliza en la autodestrucción de la política.
Utilizamos el autoelogio para condenar el pasado (de los demás, claro) con fin de inhabilitar al otro eternamente. Hay en todo esto una buena carga de esquizofrenia.
Es cierto que no pasa aún el momento (2018) de la desilución y el hartazgo y que no terminamos aún de adaptar una narrativa que nos reunifique.
Pero cuando la cuota de la barbarie rebasa decenas de víctimas, es irresponsable que los líderes políticos y mediáticos privilegien el sacrificio sistemático del contrario sobre el debate racional.
– Un reporte emitido por la organización Etellekt Consultores poco antes del homicidio de Abel Murrieta registró 563 hechos delictivos contra políticos y candidatos desde el inicio de la jornada electoral, con un
saldo de 83 políticos muertos, de los cuales 32 eran candidatos a diversos cargos y de diferentes partidos. De los 83 victimados,12 eran mujeres; de los candidatos asesinados, seis damas.
Volvamos: entonces, la política se convierte en una máquina destructora de antiguos y de nuevos liderazgos. Y así, cada día será más inviable la participación en la política y en las instituciones de mujeres y hombres íntegros que buscan una vida apacible, un desarrollo profesional reconocido y una situación económica digna, aspiraciones simples que, por poderosas, parecen una amenaza mayor contra quienes ven en la vida pública ocasión de poder y riqueza.
En México y en muchos países pensamos obstinadamente en las próximas elecciones (sin resolver el 2021, ya nos montamos en el 2024) y poco, muy poco, en las generaciones nuevas.
Debemos pedir un alto a la discordia, pero ¿para qué?. La estridencia es total.