También en las campañas hay tabúes. Uno de ellos es la planeación urbana, no obstante el desorden en el crecimiento de las ciudades, la especulación con el uso del suelo, la catastrófica Era Covid y los efectos del Cambio Climático.
Entendemos que para conquistar votantes es más redituable anunciar periféricos, un mundo de pavimento, calles anchas, sin banquetas, o empoderar a El Rey de la ciudad: el auto. Creemos que eso quiere la gente.
Mientras, la mancha urbana se expande e invade zonas no aptas, avanza la deforestación, la violencia, la pobreza, la segregación y discriminación social y suceden repetidas inundaciones, gracias a que grandes fraccionamientos se construyen en sitios riesgosos, a satisfacción de los intereses de algunos desarrolladores.
¿Cómo regular eso? Lo principal es la voluntad política, el coraje y la pasión de los gobernantes y de una sociedad civil que abandone la modorra y luche por sí misma.
¿Sabían que Culiacán ha ocupado en algunos años el penoso primer lugar por número de niños muertos en eventos de tránsito en el país? Merece la pena atender esto, ¿no?
Sumen a ello la crisis del agua que ya padecemos debido a una sequía severa y al derroche de este recurso, que amenaza ya la producción de alimentos y el consumo humano.
Por cierto, aunque suene raro, todos estos fenómenos tienen que ver con la planeación.
Exploren ustedes el concepto de movilidad urbana sustentable, que privilegia las necesidades del peatón, las personas, los ciclistas y la equidad en el uso del espacio público. Aunque ésta brilla por su ausencia en Sinaloa, en las mejores ciudades del mundo es política pública de primer orden.
Analicen: el crecimiento vehicular (alrededor de 500 mil vehículos en Culiacán, con un millón tres mil habitantes), demuestra que hemos hecho las cosas mal pues un alto nivel de motorización (antes una aspiración de las ciudades “competitivas”) indica ahora un retraso cultural y la presencia de gobiernos populistas.
Admitamos también: las escasas intervenciones urbanas efectuadas (en Culiacán, por ejemplo): algunos pasos peatonales y el retiro de algunos puentes (anti) peatonales, son apenas un placebo y ocasión para buenas fotos. ¡La tarea pendiente es enorme!
Quizá algunos ignoran que existe una Ley General de Asentamientos Humanos, Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano (LGAOTDU), la cual establece normas claras para mejorar la calidad de vida en las ciudades, como es la Pirámide de la Movilidad, un ordenamiento que determina las preferencias en el uso del espacio público (incluida la calle, por supuesto): primero los peatones y los discapacitados, enseguida las bicis, el transporte urbano de pasajeros y de carga, y al último, a la cola, los autos particulares.
Esta ley concede a los municipios la facultad de elaborar instrumentos de planeación urbana y ordenan la creación de los institutos municipales de planeación (IMPLAN), aunque en la práctica estos órganos técnicos “autónomos”, compuestos por ciudadanos supuestamente expertos en estas materias, pero algunos implanes son vistos por los funcionarios como un ‘estorbo’ para satisfacer sus ocurrencias.
Culiacán tiene la ventaja de contar con un IMPLAN desde el arranque del siglo. Hay ahí un equipo técnico bien capacitado, comprometido y mucho trabajo de calidad aparentemente ‘guardado’.
Quien llegue a la alcaldía tiene un buen soporte en el equipo y el Consejo Ciudadano del IMPLAN. La SEDATU, por cierto, dispone de decenas de miles de millones de pesos para apoyar estudios y la elaboración de programas urbanos.
Es cuestión de fortalecer y aprovechar los implanes. Y es cuestión de que los consejeros rescaten la dignidad de su representación y den a la ciudad instrumentos de planeación urbana actualizados y homologados con la ley general.
De no ser así, en Culiacán y otros municipios llegaremos a concluir que estos órganos técnicos son prescindibles, cómo repite una y otra vez el presidente López Obrador en su Cruzada contra los Órganos Autónomos.