Por Guillermo Bañuelos
Ya vemos que el virus que agobia al mundo no perdona razas, creencias, poder económico o político. Cheque: los dos hombres más poderosos del país -Andrés Manuel López Obrador y Carlos Slim Helú- están ahora infectados.
También están contaminados miles de mexicanos más, más los que se acumulan cada hora, la inmensa mayoría sin recursos para enfrentar un cuadro de salud crítico.
Casi a un año de su inicio, la Pandemia no muestra la controversial “curva”. El pico de contagios es ascendente. Las cifras aterran.
En este nuevo año registramos días con más contagios o muertes que en los peores momentos de los 11 meses anteriores. Más de 150 mil personas han fallecido por está causa. Hay luto y miedo.
El problema, sabemos, no fue el ‘ominoso’ 2020, sino el alto nivel de contagio y de letalidad que distinguen al Covid- 19, y la estrategia incapaz de contenerlo.
La situación nacional raya en la desesperación. No hay salida inmediata.
La esperanza es la vacunación masiva que logre detener el avance de la Pandemia.
Pero este proceso es fangoso. La información institucional acerca del programa de vacunación es errada. En lugar de crear esperanza, genera confusión y, lo peor, un ánimo generalizado de polarización social y política en el peor momento para que esto ocurra: el proceso electoral.
La confrontación electoral, desafortunadamente, será ruda. Aunada a la desesperación que causa la Pandemia, el pleito electoral podría ser una mezcla nada favorable: contagios y muertes, crispación política y crisis económica.
No es grato describir el entorno actual. Resulta doloroso hacerlo cuando, además, tenemos a la mano pocos signos que alienten.
¿Qué hacer? Ya no es sustancial siquiera descalificar la actuación del subsecretario Hugo López Gatell, ni la rebeldía del propio presidente a usar cubrebocas.
A los ciudadanos nos queda guardar la calma, hasta donde sea posible; extremar cuidados y demandar al gobierno acciones sensatas, inteligentes, claras y apegadas al rigor técnico científico para contener en lo posible esta catástrofe.
La autoridad electoral, los partidos y sus candidatos deben diseñar esquemas de campaña radicalmente diferentes a lo tradicional: no más mítines y reuniones en plazas y salones que se convertirán en fuentes de contagio masivo o, digamos, en el ‘Paraíso Covid’.
El horno no está para rollos encendidos. Los contendientes deberán moderar los discursos rabiosos, guardar las hachas, evitar las shit storms que parecen venir y enfocar sus planteamientos en propuestas inteligentes y razonables en bien de los ciudadanos.
¿Es mucho pedir?