El peor momento de un régimen democrático es cuando ninguna parte cede; cuando no estamos de acuerdo siquiera en pensar diferente, el debate queda cancelado, la tolerancia perdida y la cordialidad agoniza. La democracia, así, queda en riesgo.
De ahí en adelante, se asoma el caos, la polarización social y la confrontación franca.
Ya lo vimos recientemente. El 6 de enero, una turba de fans de Donald Trump construyó una situación de caos y sacudió al sistema democrático de EEUU. En vano, centenares de trumpistas intentaron frustrar la certificación de la victoria de John Biden en un juego de todo-o-nada.
El saldo de la intentona de ‘autogolpe’ de Estado incitado por Trump fue de 5 muertos, la capital de EEUU bajo toque de queda, amenazas de bomba… y un país en vilo. Terrorismo doméstico.
“Conozco su dolor. Sé que sufren, pero se tienen que ir a casa ahora…”, les dijo Trump cuando entendió que no doblegaría al aparato institucional. Pero enterraba la daga en el ánimo colectivo: ¡Fue un fraude!
VIOLENCIA POSTELECTORAL
México y el resto del mundo no son ajenos a este tipo de conflictos. Las elecciones de 1988, 2006 y 2012 lo atestiguan.
Cerca de nosotros, las pasiones partidistas se encendieron el día 29 de noviembre de 1989, cuando la Comisión Municipal Electoral declaró a Lauro Díaz Castro, del PRI, presidente municipal electo de Culiacán.
Cientos de simpatizantes del PAN se apostaron desde temprano sobre la avenida Obregón, frente al ayuntamiento, en espera del veredicto de la autoridad electoral.
La puerta principal del ayuntamiento fue cerrada para impedir el acceso de la multitud enardecida. Algunos reporteros observamos la presencia de algunas camionetas cargadas de piedras ocultas apenas bajo lonas.
Con el paso de las horas, antes del anochecer, la Comisión Electoral emitió el dictamen que encendió la chispa: el ganador fue el candidato del PRI, Lauro Díaz Castro.
Luego vino la arenga del líder panista Rafael Morgan Ríos. El fraude está consumado, exclamó ante la multitud. Y enseguida unas palabras que antecedieron al caos: nos vamos a nuestras casas, como si nada… o incendiamos el palacio municipal. Entonces ocurrió lo que es historia: algunas ventanas de la planta baja que dan hacia la avenida Obregón fueron rotas y a través de ellas metieron fuego.
Nos aproximamos de nuevo a un proceso electoral intenso. Para evitar el desbordamiento, el INE y los partidos habrán de construir respacios de discusión que privilegien el imperio de las leyes. Ojalá así sea. Es mucho lo que está en juego en un país devastado por la pandemia y las crisis económica y de salud derivados de ésta.