La del 2021 será una guerra inédita en Sinaloa –atroz, quizá- entre quienes monopolizan el acceso, el ejercicio y el repartir el poder público: los partidos políticos y sus aliados formales, fácticos o de ocasión.
La beligerancia entre los ‘adversarios, no enemigos’, inició temprano, aunque al margen de reglas claras y de un arbitraje adecuado.
El resultado es impredecible, sobre todo si desaparecen los institutos estatales electorales, como proponen algunos, o si debido a su insuficiencia financiera el INE se declara insolvente para organizar las elecciones.
¿Quién va a preparar, desarrollar, vigilar y calificar adecuadamente los procesos locales electorales en los que millones de votantes elegiremos a quien relevará a Quirino Ordaz Coppel en Sinaloa y a 10 gobernadores más?
Desde hace algunos años, el amarre de alianzas es fundamental también para adquirir nivel competitivo. En aras de ser atractivos para el resto de las fuerzas, los partidos o los propios aspirantes difunden afanosamente la cantidad de votos obtenidos en procesos pasados, cual garlito para atrapar creyentes.
‘¡Alianzas hasta con el diablo!’, dicen algunos, y así vemos ya la posibilidad de ver jugar en 2021 coaliciones antes imposibles.
Sin rigor, proliferan ya en las redes sociales y otros medios las firmas de encuestadores y sus predicciones sacadas sabrá Dios de donde.
La apuesta es sorprender a un público ingenuo para que desde hoy adivine quiénes son los aspirantes con silueta de héroes, se enamore de ellos, e incluso crea desde hoy quiénes serán el gobernador y los alcaldes futuros.
En el centro quedan los candidatos, convertidos de la noche a la mañana en héroes modernos: superhombres o mujeres con atributos fantásticos, modelados mediante el marketing político para engatusar y convencer a las masas para que compren sus ilusiones y voten por ellos.
Éstos deben encarnar la quintaesencia, acreditar habilidades y perfiles idealizados que, durante la contienda primero y luego en el ejercicio del poder, logren las hazañas extraordinarias con que sueña una sociedad engañada hasta el hartazgo y dejada al margen de las bonanzas prometidas.
Según la realidad actual, vemos qué poco ha cambiado el mundo.
El poeta griego Hesíodo definía ya a los héroes como semidioses o dioses local, lo mismo que hacen hoy algunos conglomerados de votantes al contemplar a quienes llenas las plazas con sus discursos, mientras para Aristóteles los héroes eran superiores a los hombres física y moralmente.
En la era de la posverdad –hoy-, abrumados prácticamente por millones de mensajes de todo tipo; expuestos a procesos de información brutales, sin tiempo para el análisis sereno o sensato, los ciudadanos poco entendemos lo que ocurre en el entorno y confundimos fácilmente las figuras de los héroes con su opuesto: los antihéroes.
A diferencia de los héroes verdaderos –literarios, mitológicos o de otros tipos-, éstos (los antihéroes) son hombres o mujeres imperfectos que poseen los defectos de la gente común, capaces de realizar actos ‘héroicos’ mediante métodos o intenciones que no lo son (nada que el marketing no pueda encubrir).
Vemos así que el mundo está gobernado por antihéroes conversos al heroísmo, protagonistas regidos por su propio cuadrante moral, constructores de quimeras opuestas a las que la propia sociedad espera.
¿Cómo ocurre tal conversión? Al igual que los literatos, quienes construyen sus personajes durante días y días de cavilación, los cuartos de guerra política modernos modelan las figuras ‘ideales’ según la masa votante, aptos para consumar las proezas que la gente espera.
Para el lector, quizá un ejercicio consecuente sea identificar con apellidos y sus propios resultados a nuestros héroes y a sus opuestos, poro no debemos comer ansias. Esto apenas empieza.