En México, aún vemos de reojo la Violencia Vial, un fenómeno global. Ante sus manifestaciones, apenas percibimos “un accidente”, “falta de cultura vial” o “mala suerte”, aunque hablamos de seres que pierden la vida o sobreviven en condiciones de discapacidad permanente.
Víctimas de las prisas o de la sobrecarga laboral, muchos periodistas omitimos explorar el lado humano y advertir que la tragedia pudo no ser. ¿Quién contará la historia completa?
Todos hemos visto a alguien tendido en el suelo o prensado en un coche y pocos indagamos qué hay detrás de la tragedia.
En el reporteo, hay de fuentes a fuentes, aunque un investigador y redactor avezado es como el perico: donde sea es verde, y olfatea notas ‘de ocho’ en la calle o en fuentes secundarias, lo que otorga un valor agregado a su trabajo.
Gran parte de las desgracias que nos enlutan pudieron evitarse con un dispositivo de seguridad, un señalamiento, respeto al límite de velocidad, una revisión mecánica o condiciones seguras para el peatón.
La Violencia Vial arroja saldos catastróficos. En el mundo provoca cada año un millón 240 mil muertes, pero para el 2030 podría elevarse la cifra a un millón 900 mil si no adoptamos otras formas de movilidad. En lo local, baste referir que Culiacán ha ocupado el primer lugar de muertes de niños y niñas por estas causas los últimos años (Inegi).
La buena nueva es que los culichis ya no hablamos sólo de beisbol, aguachiles, pisteadas o de dinero. Nuestra conversación incluye ya, frecuentemente, la problemática de Violencia Vial, y los periodistas quedamos entonces frente a la oportunidad de narrar una gran historia de cambio de paradigmas que podría culminar en un punto que parece lejano: el fin, o el descenso de las muertes en la calle.
Las fuentes de información acerca del fenómeno son abundantes y la percepción predominante, en el sentido de que estas historias “no interesan a nadie”, quedó atrás. Estamos metidos en el tema. ¿No cree? (revise las redes sociales).
Podríamos suponer que esto es cosa de locos, pero los resultados podrían ser enormes. Y así es esto: al iniciar otras ‘batallas de locos’ (¡ya ganadas!) ocurría lo mismo. Por ejemplo:
Hace tiempo era tolerado fumar en un restaurante, en casa o en un avión. Algunos soñadores decidieron luchar contra el tabaquismo mediante campañas que al final crearon conciencia sobre los perjuicios de este hábito nefasto. ¿Cómo limitar el derecho de un fumador a consumir un cigarrillo en donde le plazca? Qué insolencia. El reto era mayor que pedir a un culichi típico que baje la velocidad y dé el paso a un peatón.
Todo pintaba en contra. Nuestros propios padres nos dieron el mal ejemplo. El cine, con todo su poder de persuasión, indujo a millones de jóvenes a fumar. Los actores de Hollywood: Clint Eastwood, Marlon Brando, James Dean o Brad Pitt, mostraron que fumar distingue a personajes rudos, de éxito o sensuales. El proceso fue largo y, aunque “atentó” contra los intereses de una industria global multimillonaria, se va ganando.
RECUPERAR LAS CALLES, LA META
Años antes, otros “ilusos” declararon la guerra a la Violencia Vial en muchas ciudades. La lucha no es contra los autos. Va contra su uso indiscriminado, que contamina, exacerba la Violencia Vial y limita los espacios públicos para que la gente camine, conviva y juegue. La cruzada plantea alternativas claras: formas de transporte sustentables, sistemas integrales de transporte público, andadores y banquetas seguras, ciclovías e infraestructura amable para la gente, no sólo para al auto, Su Majestad desde hace más de un siglo.
El objetivo es tomar la calle y, como en el caso del tabaco, salvar vidas humanas. El proceso, aunque lento, camina.
Pero, ¿quién narrará la historia?