Pocos conductores de Culiacán respetan a los peatones. En lugar de ceder el paso, aceleramos y dirigimos las moles de acero que conducimos detrás de un volante contra quien intente cruzar la calle y -¡Dios guarde!- nos obligue a frenar un instante, aunque esta conducta constituye una agresión franca que en otras sociedades equivale a un intento de homicidio. Y lo es.
A todos nos consta que Culiacán -y Sinaloa- figura entre las ciudades con más accidentes de tránsito y más personas lesionadas o muertas, la mayoría peatones.
El Observatorio Mexicano de Transporte Público (OMTP), con datos de la Comisión Nacional de Prevención de Accidentes (CONAPRA), divulgó que los accidentes de tránsito destacan en México entre las principales causas de muerte, con 16 mil 185 decesos registrados en 2016, lo que se acentúa en los estados de Zacatecas, donde perdieron la vida ese año 28.8 personas por cada 100 mil habitantes, en Tabasco (26.8/100 mil) y, en tercer sitio, en Sinaloa (24.2/100 mil).
Por si nuestra fama de estado violento generada por los coletazos del narco no bastara, ahora somos víctimas de una modalidad no menos grave: la violencia vial, que, como admitió ayer Carlos Gandarilla García, titular de la Secretaría de Desarrollo Social del gobierno estatal, “sí se da”.
Sí tenemos aquí ese fenómeno, desgraciadamente, dijo, pues Culiacán es una de las ciudades donde mayores muertes por accidentes ocurren en México.
Es complejo comprender o explicar qué motiva el comportamiento descrito y el por qué muchos conductores agreden de esta forma a los peatones, aunque existen algunos elementos que explican el empoderamiento irracional de un porcentaje alto de conductores.
Sabemos que una causa es la ingestión de alcohol o de sicotrópicos y la distracción por el uso de teléfonos celulares al manejar.
Contribuyen también a elevar las estadísticas el desarrollo de infraestructura urbana que “invita” a acelerar los vehículos, la falta de banquetas adecuadas, de pasos y cruceros seguros, de ciclovías, así como la insuficiente vigilancia policial, causas que cobijan (si bien no promueven) este tipo de comportamientos.
Otro factor importante es el altísimo nivel de motorización. Según el OMTP, entre las zonas metropolitanas mexicanas de 500,000 a un millón, la de Culiacán aparece en el cuarto lugar por número de vehículos automotores registrados legalmente (sin calcular las unidades importadas sin placas), con 474,064 unidades (2017) y una población aproximada de 925,107 para ese mismo año, lo que arroja una tasa de 1.95 habitantes por cada vehículo (habs/veh).
El primer sitio lo ocupa Morelia, con población de 948,431 y 576,374 vehículos (1.64 habs/veh).
El segundo Cuernavaca, con un millón 007 mil 795 habitantes y 584,278 vehículos (1.72 habs/veh). En tercero, la ciudad de Chihuahua, con 946,841 habitantes y 531,071 vehículos (1.78 habs/veh).
Culiacán en cuarto, con una tasa de 1.95 habitantes por vehículo, y en los sitios de abajo aparecen zonas metropolitanas equivalentes a la capital de Sinaloa, como Hermosillo, con población de 929,945 habitantes y 382,655 unidades motrices (2.43 habs/veh).
Si cotejamos, vemos que las dos entidades con los peores indicadores de siniestralidad y de mortandad de personas por esta causa (Zacatecas y Tabasco) no aparecen entre los estados con mayores índices de motorización, a diferencia de Culiacán y de Sinaloa, que ocupa el tercer lugar nacional en este renglón.
Podemos creer que no existe un factor único determinante de que ocurran tantos accidentes y tantas muertes.