Hoy, en el Día del Maestro, es fundamental rendir homenaje a aquellos que dedican su vida a la educación, a esos valientes que, en medio de adversidades, se levantan cada mañana para iluminar las mentes de nuestras futuras generaciones. Sin embargo, en Sinaloa, la celebración se ve empañada por la cruda realidad de un sistema que olvida a quienes le dieron su apoyo en tiempos de elecciones.

Los maestros son los verdaderos artífices del cambio, pero su labor ha sido utilizada como una herramienta en las campañas políticas. Durante el proceso electoral, se les llena de promesas y se les invita a ser parte del “cambio” que tanto se anhela. ¿Pero qué sucede una vez que los votos se cuentan y las urnas se sellan? El silencio se convierte en el eco de la traición, dejando a los educadores en un vacío de desilusión.

La violencia en Sinaloa ha hecho que los maestros no solo se preocupen por la educación de sus alumnos, sino también por su propia supervivencia. En un ambiente donde los simulacros de emergencia son más frecuentes que las reuniones de padres, es irónico pensar que el acto de enseñar se ha convertido en un acto de resistencia. “¡Felicidades, maestros, por ser los verdaderos guerreros!”, dirán algunos con un tono de sarcasmo, al tiempo que se preguntan qué ha pasado con la promesa de un entorno seguro para la enseñanza.

Aquellos que antes apoyaron a los que hoy están en el poder, quienes alzaron la voz contra un sistema opresor, ahora se sienten traicionados. La decepción es profunda cuando miran a quienes una vez respaldaron y ven que han dado la espalda a sus necesidades. Las promesas de cambio se han desvanecido, dejando a muchos educadores sintiéndose utilizados y abandonados.

Con la proximidad de los cambios sindicales en las secciones 27 y 53, la frustración se siente en el aire. La mayoría de los docentes, que alguna vez alimentaron esperanzas de un cambio real, ahora se ven obligados a cuestionar su lugar en un sistema que parece haberlos olvidado. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que antes marchaba contra el régimen priista, ahora se enfrenta a un dilema interno, debatiéndose entre la necesidad de luchar y la sensación de haber sido traicionados por aquellos que consideran sus compañeros de lucha.

La falta de empatía hacia los maestros es un reflejo de una sociedad que ha normalizado el olvido. No podemos permitir que su sacrificio caiga en el olvido, especialmente en un día como hoy, cuando celebramos su dedicación y esfuerzo. Es crucial que la comunidad, los padres de familia y los propios maestros se unan para exigir el reconocimiento que merecen. La educación debe ser la prioridad, y nuestros maestros son los cimientos sobre los cuales se construye un futuro brillante para Sinaloa y México.

En lugar de ser utilizados como herramientas en el juego político, es tiempo de exigir que su voz sea escuchada, que sus derechos sean defendidos y que su trabajo sea valorado. Después de todo, en un estado donde la educación debería ser la prioridad, ¿qué futuro nos espera si ignoramos a quienes la hacen posible?

La lucha de nuestros maestros es, en última instancia, la lucha por la dignidad y el respeto. Alzamos la voz para que no sean olvidados, para que su sacrificio no sea en vano, y para que juntos podamos construir un sistema educativo que refleje la justicia y el respeto que todos merecemos.

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