La política mexicana ha llegado a un punto donde la vergüenza parece haber quedado atrás. Ayer escuché que la lengua de los priístas está saltando hacia la Ciudad de México como si fuera un espectáculo de circo, ¡y yo que pensaba que los payasos eran solo para el circo! A lo largo de los años hemos sido testigos de imposiciones, donde amigos, primos y compadres se cambiaban de puesto como si estuvieran jugando a las sillas musicales. La reelección era un tema tabú, pero ahora, con la propuesta de una ley anti chapulín, parece que algunos intentan hacernos creer que están tomando medidas serias. ¡Qué ingenio! Como si un par de leyes fueran a cambiar la naturaleza humana.
Pero, ¿quiénes son realmente los que deberían ser sancionados? La crítica hacia los chapulines es válida, claro, pero no se puede olvidar que muchos de ellos son productos del sistema que ellos mismos han alimentado. Y aquí es donde entra en juego la legalidad: estos políticos están tan protegidos por la ley que pueden irse a donde les dé su chingada gana. Esto no es solo un asunto de ética; es un festival de hipocresía de aquellos que ahora se indignan. ¡Bravo! Aplaudamos la actuación.
La pregunta es sencilla: ¿por qué poner una ley para sancionar a quienes simplemente buscan lo que consideran su derecho? Si alguien se siente menospreciado o menos favorecido, tiene todo el derecho de buscar mejores oportunidades, incluso si eso significa cambiar de partido. Pero, si realmente quieren hablar de sanciones, estas deberían ir dirigidas a quienes palomean las candidaturas, a esos consejeros políticos y presidentes del PRI que deciden quién sí y quién no. Ellos son los verdaderos titiriteros de este teatro político.
La falta de ética de quienes traicionan y se van mordiendo la mano que les da de tragar no cabe duda, pero si hay sanciones, que sean para quienes hacen las asignaciones. Que se pongan las pilas y pongan en su propio estatuto que no se tolerará la traición, aunque eso suene tan atractivo como pedirle a un zorro que no se coma a las gallinas. Este juego de chapulines no es nuevo, y quienes ahora se escandalizan por la falta de lealtad son los mismos que han jugado con este sistema en el pasado. ¡Qué sorpresa!
Es innegable que este asunto se ha vuelto populista; es mejor hacer grilla y lanzar propuestas vacías que realmente ponerse a trabajar para recuperar la confianza que han perdido en estos años. Hablan de sanciones y leyes, pero en la práctica, lo que hacen es sacar la vuelta a las responsabilidades. Porque saben que el sismo es federal, y su respuesta debería ser contundente y eficiente, pero prefieren dejar las cosas como están. ¡Qué conveniente! Como siempre, la política es un juego de ir y venir, y ellos son los campeones.
Y surge la gran pregunta: ¿por qué no modificaron la ley cuando estaban en el poder? Los chapulines no son un fenómeno exclusivo de los tiempos morenistas; han existido mucho antes y son, en gran parte, producto de un sistema que ellos mismos construyeron. ¡Qué ironía! Es como si un ladrón se quejara de que la puerta es demasiado fácil de abrir.
Es hora de que el PRI y otros partidos dejen de dar discursos vacíos sobre chapulines y se pongan a trabajar. La gente ya no cree en sus promesas o en su supuesta lealtad. Hablar de chapulines cuando ellos mismos han sido los artífices de este juego es una completa hipocresía. La política no puede seguir siendo un circo donde las decisiones se toman a capricho, donde la lealtad se compra y se vende, y donde la única constante es el mismo malabarismo de siempre.
La solución no está en sancionar a los chapulines, sino en transformar un sistema que ha permitido que estas prácticas florezcan. Es tiempo de que quienes están en el poder se enfrenten a la realidad y dejen de jugar con la política como si fuera un juego de niños. La gente exige un cambio real, y seguir con estas pendejadas solo alejará aún más a los ciudadanos de la política. ¡Ya basta de circo y que se pongan a trabajar!
Por Goyo310