A menos de tres años del ansiado cambio en el gobierno del estado, Morena se ha enredado en una red de conflictos internos tan densa que no solo ha borrado su imagen, sino que ha dejado al descubierto la hipocresía de sus fundadores. Aquellos que antes se deleitaban criticando las luchas intestinas del PRI y del PAN ahora se ven reflejados en un espejo que, en lugar de reflejar luz, parece más bien un reality show de “¿Quién es el más traidor?” La promesa de un partido sin las “tribus” que tanto desgastaron a sus antecesores se ha transformado en un chiste repetido hasta el cansancio.
La reciente incorporación de Gloria Imelda, quien en su época como diputada federal no dudó en lanzar improperios a sus ahora compañeros de partido desde las gradas del Congreso, es solo un pequeño síntoma de la falta de dirección que enfrenta Morena. Merary Villegas, quien le entregó la tarjeta de afiliación, en su momento también se mostró indignada en redes sociales, dejando claro que las contradicciones se han vuelto el sello distintivo del partido. ¡Qué orgullo, de verdad!
Y no podemos pasar por alto el entrañable abrazo del gobernador con Daniel Amador, un ex PRIista que ha sido el objetivo de sus críticas por presuntos actos de corrupción. Ver a estos líderes compartiendo momentos de amistad es como ver a Batman y al Joker en una cena romántica: simplemente no cuadra. En Sinaloa, el acercamiento a figuras tan cuestionables se ha vuelto el pan de cada día, y aquellos morenistas que despreciaban a los “arribistas” ahora hacen fila para unirse al club.
Las peleas internas han alcanzado un nivel de dramatismo digno de una telenovela. La reciente disputa entre María Inés Pérez Corral y otros miembros del partido ha estallado en las redes sociales, donde los ataques y descalificaciones son el nuevo “pan de cada día”. Pérez Corral, una figura destacada dentro de Morena, ha sido criticada por su estilo de liderazgo tan “diplomático” que parece sacado de un manual de cómo no manejar conflictos.
La narrativa de un partido que aboga por el cambio se tambalea al darse cuenta de que el 100% de sus miembros actuales provienen de otros partidos, muchos de ellos del PRI. ¡Bravo! Esto ha desdibujado las fronteras ideológicas y ha convertido a Morena en una especie de “pequeño PRD”, donde las tribus y sus luchas por el poder han vuelto a florecer como si fueran flores de primavera. La disputa entre María Teresa Guerra y Stephanie Rea es solo otra joya en esta corona de caos. Las acusaciones de sabotaje y la lucha por el control de las posiciones clave son ya el nuevo mantra del partido.
La situación en Sinaloa se perfila como el posible parteaguas para el futuro de Morena. La turbulencia interna en este estado podría resonar en todo el país, creando un efecto dominó que afecte su imagen y su capacidad de gobernar. Los pleitos constantes entre sus propios miembros, la falta de cohesión y la traición a los principios que los llevaron al poder son detalles que no se pueden ignorar.
Decir que todo está bien solo porque lo dicen de dientes para afuera es, por supuesto, una gran mentira. Ellos mismos se acusan de robar en redes sociales, y la traición es tan frecuente que ya debería ser considerado un deporte nacional. Así que su célebre lema de “No mentir, no robar y no traicionar” se lo han pasado por donde más les conviene.
En conclusión, lo que parece ser una lucha por el poder dentro de Morena es simplemente un eco de las prácticas que tanto criticaron. La falta de unidad, el resurgimiento de viejas prácticas políticas y la incapacidad de manejar conflictos internos podrían llevar al partido a convertirse en una caricatura de lo que prometían combatir. El tiempo dirá si logran encontrar un camino hacia la reconciliación o si, por el contrario, se hunden en las mismas dinámicas que antes denunciaban. Sinaloa podría ser el termómetro que determine si este partido logra sobrevivir o si se verá arrastrado por las mismas corrientes que lo llevaron a cuestionar su propia existencia. ¡Qué emocionante es la política mexicana!
