Años de lucha y gritos resonaban en los pasillos del Congreso, donde un grupo de legisladores prometía ser la voz del pueblo. “El Congreso es la casa del pueblo”, proclamaban, mientras lanzaban monedas y tomaban el recinto como si fuera un carnaval. Pero, oh sorpresa, en esta tercera legislatura, esas promesas se han desvanecido más rápido que las ilusiones de los que creen en los unicornios. Las rejas que prometieron tumbar siguen más firmes que las rutinas de gimnasio de enero, y la entrada al Congreso permanece cerrada para los ciudadanos que realmente deberían ser bienvenidos. ¡Qué ironía!
Es fascinante ver cómo aquellos que antes clamaban por la eliminación de las barreras, los hoy diputados y diputadas morenistas, han decidido convertirse en los nuevos guardianes de las rejas. Parece que ahora son más aficionados a la vigilancia que a la representación. ¿Quién necesita abrir las puertas cuando puedes disfrutar del espectáculo desde adentro, aplaudiendo las decisiones del gobierno como si fueras el público de un show de talentos? ¡Bravo! ¡Qué gran cambio!
Y para añadir un poco de sal a esta herida, la diputada de Morena, Almendra Ernestina Negrete Sánchez, ha propuesto inscribir la leyenda “Casa del Pueblo Sinaloense” en la entrada del edificio del Poder Legislativo. ¿En serio? ¿Una placa dorada para declarar que este lugar es la casa del pueblo, cuando la realidad es que las puertas están cerradas y las ventanas tienen barrotes? Eso sí que es un acto de magia: hacer desaparecer la participación ciudadana con solo un letrero. ¡Aplausos, por favor!
Mientras tanto, la gente sigue preguntándose cuándo sus representantes dejarán de justificar las deudas del exgobernador Quirino Ordaz, quien ahora se pasea por España como si estuviera de vacaciones, sin una preocupación en el mundo. ¿Dónde están los gritos de indignación por esa deuda que nos toca pagar a todos? ¿Acaso se fueron de vacaciones también? ¿O solo se quedaron a disfrutar de su “casa del pueblo” con un café y un pastelito?
Y por si fuera poco, la seguridad en Sinaloa es un tema que ni se toca. Los ciudadanos están lidiando con un clima de violencia y, en lugar de tomar la tribuna para exigir acciones reales, nuestros valientes legisladores prefieren hacer declaraciones tan efectivas como un paraguas en un huracán. ¡Bravo, chavos, eso es espíritu de lucha! ¡Que se escuche el eco de sus palabras vacías en todo Sinaloa!
Es innegable que el poder legislativo debería ser un espacio inclusivo, donde se escuchen todas las voces. Pero la realidad es que este ideal se ha convertido en un chiste más viejo que la misma política. La iniciativa de la diputada Negrete, aunque bien intencionada, es como ponerle una cereza a un pastel que ya se cayó al suelo. No puede servir como un mero parche para ocultar la falta de acción y compromiso de quienes representan a los sinaloenses.
Los ciudadanos merecen más que un discurso adornado; necesitan un congreso que realmente actúe en su beneficio. Es hora de que los legisladores dejen de lado el doble discurso y asuman una postura firme y responsable. La “Casa del Pueblo Sinaloense” no solo debería tener un nombre, sino que debe convertirse en un espacio donde las decisiones se tomen en función de las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía, y no como un mero escenario para la retórica vacía.
Así que, mientras la lucha por un congreso más abierto y responsable continúa, es momento de demandar acciones concretas que reflejen el verdadero espíritu de lo que significa ser una casa del pueblo. La ciudadanía está cansada de promesas incumplidas y de un discurso que no se traduce en hechos. El tiempo de actuar es ahora, y esperemos que no lo hagan solo para tomarse una selfie con la nueva placa. ¡Eso sería el colmo!