El cierre del año 2024 ha sido un espectáculo vergonzoso, donde el ruido ensordecedor de la pirotecnia, los arrancones desmedidos y los disparos al aire nos han dejado a todos con un mal sabor de boca. Si hay algo claro, es que las autoridades han fracasado estrepitosamente en su deber de garantizar la seguridad de los ciudadanos. En vez de ejercer control, se han limitado a observar cómo el caos se apoderaba de nuestras calles, mientras la fiesta parecía ser el único objetivo viable.
Con miles de agentes desplegados, uno podría pensar que la seguridad sería prioridad. Sin embargo, la impotencia de la fuerza del orden fue evidente. ¿Dónde estaban cuando la calle se convirtió en un circo de imprudencia y descontrol? Las sirenas de la policía sonaron como un eco lejano ante el estruendo de los fuegos artificiales y los motores rugientes. Es inaceptable que, en un momento en el que se espera que se ejerza un control riguroso, la autoridad se convierta en un mero espectador de un festín de irresponsabilidad.
Pero no podemos dejar de lado nuestra parte en este drama. Como ciudadanos, hemos sido cómplices en esta locura. La compra de pirotecnia y alcohol, el fomento del ruido y la agresión en las calles son decisiones que hemos tomado. Es fácil señalar con el dedo a las autoridades, pero ¿acaso no somos nosotros quienes alimentamos esta cultura de descontrol? La fiesta se ha convertido en una excusa para ignorar la responsabilidad colectiva.
Es preocupante que, en lugar de celebrar con sensatez, hayamos optado por convertir nuestras festividades en un espectáculo de irresponsabilidad. La pirotecnia que compramos, los actos de vandalismo que toleramos y la despreocupación por la seguridad de los demás revelan una falla profunda en nuestro sentido de comunidad.
Una crítica que resulta pertinente es la falta de una estrategia real por parte de las autoridades. Si no pueden garantizar la seguridad, tal vez deberían reconsiderar su papel y dejar el espacio a quienes sí puedan. O mejor aún, irse de vacaciones a Mazatlán, donde las festividades se llevan a cabo con un mínimo de control y orden. Claro, eso no resolvería el problema, pero al menos evitaría que se presenten como una farsa en la que no cumplen su función.
El llamado es claro: debemos reflexionar sobre cómo nuestras decisiones individuales impactan a la comunidad. El descontrol no es solo culpa de los demás; es un reflejo de nuestra falta de responsabilidad y de un sistema que ha fallado en enseñarnos a convivir de manera segura y respetuosa. Para el próximo año, que la reflexión no se quede en palabras vacías, sino que se traduzca en acciones concretas. La seguridad y el bienestar de nuestra comunidad deben ser prioridad, y eso empieza por cada uno de nosotros.