En un año marcado por crisis políticas y sociales en Sinaloa, la desaparición de una jirafa en el zoológico local ha desatado una ola de cuestionamientos y risas, convirtiéndose en un fenómeno viral que no solo ha captado la atención de la comunidad, sino que también ha puesto en evidencia la desconexión entre las autoridades y la realidad que vivimos. Pero lo que realmente ha elevado esta historia a la categoría de comedia es el giro inesperado: tras una serie de memes y comentarios sarcásticos, las autoridades finalmente anunciaron que la jirafa no estaba perdida, sino que había “fallecido”. ¡Menuda sorpresa!

La pregunta del millón es: ¿dónde andaba la jirafa mientras el resto del mundo se preguntaba su paradero? ¿Acaso estaba disfrutando de un café en una terraza, viendo películas en el cine o de vacaciones en Mazatlán? Las redes sociales se inundaron de memes que la mostraban posando en las letras de Culiacán, como si estuviera de tour por todo el estado. La imagen de una jirafa tomando selfies se volvió viral, y mientras los ciudadanos reían y compartían, las autoridades parecían más preocupadas por el tigre nuevo que por la jirafa desaparecida.

Es irónico que la atención sobre un animal querido y emblemático haya surgido más por la viralización de memes que por la supervisión real de su bienestar. Cuando finalmente se supo que la jirafa había “fallecido”, la confusión se multiplicó. ¿Cómo es que un ser tan visible y querido se puede perder de vista tan fácilmente? La respuesta parece ser que, en medio de los escándalos y la rutina diaria, la gestión del zoológico se ha convertido en un mal chiste.

La falta de seguimiento y atención por parte de quienes están al mando es alarmante. Se supone que la entrega y recepción del zoológico debería haber sido un proceso riguroso, donde cada animal se revisara y se cuidara como el tesoro que es. Pero, en lugar de eso, parece que estaban más ocupados tratando de encontrar el nuevo atractivo del zoológico que en cuidar a los que ya estaban allí.

Y ahora, con la viralización de la noticia, la jirafa se ha convertido en un símbolo de la desatención. La comunidad no solo se preocupa por el destino del animal, sino que también se ríe del absurdo de la situación. La imagen de la jirafa en las letras de Culiacán se ha vuelto un emblema de la incertidumbre: ¿qué más puede estar sucediendo bajo nuestra nariz mientras nos entretenemos con memes?

Así, la historia de la jirafa no es solo un recordatorio de la necesidad de cuidar lo que valoramos; es una crítica mordaz a la gestión de nuestros espacios públicos y una reflexión sobre nuestra propia indiferencia. La próxima vez que visitemos el zoológico, no deberíamos solo disfrutar de la vista; deberíamos cuestionar y exigir un manejo responsable. Porque, si un animal emblemático puede desaparecer tan fácilmente y convertirse en un meme, ¿qué más puede estar pasando en nuestra ciudad que aún no hemos notado? La jirafa perdida, en su tour imaginario, nos ha dejado una lección: lo absurdo a veces nos hace reflexionar sobre lo que realmente importa.

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