Qué raro es el ser humano. En un día como hoy, cuando recordamos a aquellos que han partido, es inevitable reflexionar sobre nuestras propias acciones y contradicciones. Nos peleamos con los vivos, a menudo sin razón, mientras que a los muertos les regalamos flores y les rendimos homenajes. Nos encontramos en una constante lucha, posponiendo conversaciones y abrazos, mientras que, cuando la muerte llega, nos lamentamos y nos quedamos horas en un velorio, inmersos en el dolor de lo que ya no podemos recuperar.

Es curioso cómo pasamos años sin hablar con un ser querido, ignorando su existencia en el día a día. Nos sumergimos en nuestras rutinas, atrapados en el trabajo y las preocupaciones diarias, y olvidamos lo esencial: el valor de una conversación sincera. Cuando la muerte irrumpe en nuestras vidas, nos enfrentamos a la dura realidad de que, muchas veces, no hay vuelta atrás. Nos quedamos con un vacío que, en vida, no supimos llenar.

En este Día de Muertos, mientras adornamos altares y compartimos historias, surge la pregunta: ¿por qué es tan fácil ignorar a quienes amamos hasta que ya no están? Nos lamentamos ante un muerto, pero, ¿por qué no hacemos lo mismo con un vivo? Cuántas veces hemos dejado de llamar, de visitar, de decir “te quiero”. Nos pasamos la vida posponiendo lo que deberíamos haber dicho y hecho, dejando que el tiempo se convierta en un ladrón silencioso que se lleva con él nuestras oportunidades.

Es irónico que, en lugar de valorar las vidas que tenemos cerca, a menudo nos enfocamos en los recuerdos de aquellos que se han ido. Al final, parece que lo más valioso es la muerte y no la vida misma. Esta paradoja nos confronta con la realidad de que, en nuestra búsqueda por conectar con el pasado, olvidamos el presente. La muerte, aunque llena de significado, no debería eclipsar la importancia de vivir plenamente, de abrazar a quienes amamos mientras aún podemos.

Hoy, en este Día de Muertos, reflexionemos sobre la extraña naturaleza del ser humano. Reconozcamos que la vida es efímera y que debemos apreciar a quienes nos rodean. No dejemos que el lamento por lo que no dijimos se convierta en nuestra única forma de recordar. En lugar de llorar por los que se han ido, celebremos la vida de quienes aún están con nosotros. Dediquémonos a construir relaciones significativas y a vivir con empatía, porque, al final, lo que realmente importa es lo que hacemos mientras estamos aquí.

Aprovechemos este momento para reconectar, para decir lo que sentimos, y para recordar que, en la danza entre la vida y la muerte, es la vida la que merece nuestro mayor homenaje. Qué raro es el ser humano, pero también qué bello es el poder de la conexión y el amor. No dejemos que la muerte sea el único recordatorio de lo que vale una vida.

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