En la actualidad, Sinaloa enfrenta un panorama complejo y desafiante. La violencia, la incertidumbre y la desconfianza han marcado nuestras vidas, convirtiendo la cotidianidad en una lucha constante por la seguridad y la estabilidad. Al mismo tiempo, la pandemia nos ofreció una lección sobre la fragilidad de nuestra existencia, llevándonos a adaptarnos a nuevas rutinas de cuidado y precaución. Sin embargo, a pesar de estos aprendizajes, parece que hemos caído en una trampa de doble moral que permea no solo nuestras interacciones diarias, sino también la política que nos rodea.

La doble moral se manifiesta de múltiples formas en nuestra sociedad. Es común ver a ciudadanos que critican abiertamente las decisiones del gobierno, pero lo hacen en susurros, temerosos de represalias. Este fenómeno refleja un profundo descontento, pero también una falta de congruencia en nuestras convicciones. Aquellos que claman por una mayor transparencia y eficacia en la administración pública a menudo son los mismos que apoyan políticas que saben que no benefician al bien común. La incongruencia se convierte en un rasgo distintivo de nuestra cultura política.

Un claro ejemplo de esta doble moral se encuentra en el ámbito de la seguridad. Todos anhelamos un entorno donde podamos sentirnos protegidos, pero al mismo tiempo, muchos buscan formas de evadir la ley. Queremos un policía que mantenga el orden, pero también deseamos que haya uno que haga la vista gorda cuando nos conviene. Esta ambivalencia se extiende a nuestra relación con los políticos. La sociedad exige líderes honestos y comprometidos, pero se siente atraída por aquellos que ofrecen soluciones rápidas y convenientes, a menudo ignorando las implicaciones a largo plazo de esas decisiones.

La hipocresía también se hace evidente en nuestra actitud hacia los migrantes que llegan a Sinaloa desde estados del sur como Oaxaca y Chiapas, en busca de mejores oportunidades laborales. Por un lado, proclamamos el derecho a un trato digno y humano para todos, pero al mismo tiempo, algunos sectores de la población piden su deportación, disfrutando de su mano de obra barata. Estos migrantes, que muchas veces son quienes realizan trabajos que otros no quieren hacer, se convierten en una parte vital de nuestra economía, pero su presencia también genera tensiones. Se presenta así una contradicción que revela una lucha interna: queremos justicia social, pero solo cuando no afecta nuestros intereses inmediatos. Exigimos derechos laborales, a menudo sin reconocer la responsabilidad de integrar a estos trabajadores en nuestra comunidad de manera justa y equitativa.

La pregunta que nos debemos hacer es si estamos dispuestos a confrontar esta doble moral que nos acompaña en cada aspecto de nuestra vida. ¿Estamos listos para mirarnos en el espejo y reconocer nuestras propias contradicciones? Para que el cambio que tanto anhelamos en Sinaloa se materialice, debe comenzar desde adentro. La congruencia entre nuestras palabras y acciones es fundamental para construir una sociedad más justa y equitativa.

En este contexto, es crucial cuestionar nuestra comodidad en la hipocresía. La realidad es que el cambio que buscamos no se producirá de la noche a la mañana; debe iniciarse en nuestras elecciones diarias, en la manera en que nos relacionamos con los demás y en cómo nos involucramos en la vida política. La política actual en Sinaloa es un reflejo de nuestras actitudes y comportamientos, y si deseamos un futuro diferente, debemos estar dispuestos a desafiar nuestra propia doble moral.

Es momento de tomar una postura firme. Si realmente queremos un Sinaloa más seguro y justo, debemos ser valientes y enfrentar nuestras contradicciones. La transformación social y política que anhelamos solo se logrará cuando decidamos ser congruentes, cuando nuestras acciones reflejen nuestras palabras. La respuesta a esta pregunta podría ser la clave para una evolución auténtica en nuestra sociedad. ¿Estamos dispuestos a dar ese paso hacia el cambio, o seguiremos eligiendo el camino fácil de la incongruencia?

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