En el corazón de Sinaloa, Culiacán se encuentra atrapada en una vorágine de violencia que parece no tener fin. Cuarto día de enfrentamientos armados, y la ciudad se convierte en un eco de balas, donde las tiendas de autoservicio, antes bulliciosas de vida y comercio, ahora lucen vacías, como un reflejo sombrío del miedo que se cierne sobre sus habitantes. Los negocios han cerrado sus puertas, marcando pérdidas que parecen imposibles de recuperar, mientras el tejido social se deshilacha en medio de la incertidumbre.

El miedo ha tomado las calles, no solo de Culiacán, sino también de los municipios vecinos, extendiéndose incluso hasta las cercanías de Mazatlán. La vida cotidiana se ha visto interrumpida, y la sensación de inseguridad se ha convertido en un compañero constante para quienes transitan por estas zonas. En medio de esta tormenta, el secretario de seguridad pública Mérida, lejos de atender la cruda realidad, asegura que “todo está tranquilo”. Sus declaraciones parecen un intento de apaciguar una situación que clama a gritos por atención.

Las redes sociales, ese altavoz de la verdad contemporánea, han desnudado la realidad que el funcionario parece negar. Videos y testimonios fluyen incesantemente, mostrando la desolación y el caos en el que se encuentran los ciudadanos. Es imposible tapar el sol con un dedo; la verdad se abre paso entre la desesperanza y la frustración. Las voces de quienes viven en esta zona de conflicto resuenan, demandando atención y respuesta ante una situación que parece ser ignorada por quienes tienen la responsabilidad de mantener el orden.

La distancia entre la percepción oficial y la realidad cotidiana de los ciudadanos se hace cada vez más evidente. En Culiacán, la lucha no es solo contra la violencia, sino también contra la desinformación y la falta de empatía por parte de quienes deberían ser los protectores de la paz. Es un momento crítico que exige no solo respuestas, sino también acciones concretas que restablezcan la confianza y la seguridad en las calles.

Las comunidades, aunque golpeadas, siguen de pie, buscando formas de reconstruir lo que se ha perdido. La resiliencia del pueblo sinaloense brilla en medio de la adversidad, y su anhelo de paz y tranquilidad se siente en cada rincón de la ciudad. Mientras la lucha continúa, es fundamental que las autoridades escuchen y actúen, que se reconozca la realidad y se trabaje en conjunto para construir un futuro donde el miedo no sea el protagonista de la vida cotidiana. Culiacán merece algo más que palabras vacías; merece un compromiso real con su seguridad y bienestar.

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