La salud pública en México ha sido un tema de constante debate durante la administración de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). A medida que se acerca el final de su mandato, es imposible no reflexionar sobre las promesas que se hicieron y la realidad que se ha vivido en el sector sanitario.

Una de las afirmaciones más llamativas de AMLO fue su promesa de que el sistema de salud en México alcanzaría estándares similares a los de Dinamarca. Sin embargo, esta declaración ha resonado más como un eco de aspiraciones que como una realidad palpable. A pesar de las buenas intenciones, el legado en salud pública de su gobierno se ha visto empañado por una serie de desafíos que han dejado a muchos ciudadanos decepcionados.

El desabasto de medicamentos ha sido uno de los problemas más críticos. Pacientes con enfermedades crónicas y cáncer han sido los más afectados por la falta de acceso a tratamientos esenciales. Esta situación ha generado un clima de desesperación y frustración, desdibujando la imagen de un sistema de salud que prometía ser inclusivo y accesible. En lugar de acercarse a los estándares daneses, la realidad ha sido una lucha constante por conseguir lo más básico: la atención adecuada.

La creación del Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), que reemplazó al Seguro Popular, fue vista como una oportunidad para mejorar la atención. Sin embargo, la transición se ha caracterizado por la desorganización y la falta de cobertura para muchos mexicanos. La promesa de un sistema que garantizara acceso universal se ha visto frustrada por la incapacidad de implementar cambios efectivos y sostenibles.

La gestión de la pandemia de COVID-19 fue otro momento decisivo que puso a prueba la fortaleza del sistema de salud. La estrategia de pruebas y la respuesta inicial fueron duramente criticadas, lo que puso de manifiesto la falta de preparación y recursos en un momento crítico. En vez de aprender de otras naciones que lograron manejar la crisis con éxito, México se encontró lidiando con un sistema que no estaba a la altura del desafío.

Además, los recortes presupuestarios en el sector salud han generado un ecosistema aún más frágil. Con un creciente número de necesidades y una población que merece atención digna, cada reducción en el presupuesto es un paso atrás en la búsqueda de un sistema de salud sólido.

La salud mental, un aspecto vital que ha cobrado relevancia especialmente tras la pandemia, ha recibido una atención insuficiente. Las inversiones en este ámbito son esenciales, pero se han quedado atrás en la agenda del gobierno, dejando a muchos sin la ayuda necesaria.

Finalmente, la falta de consulta y participación ciudadana en la formulación de políticas de salud ha resultado en decisiones que a menudo carecen de la perspectiva necesaria. La inclusión de profesionales y de la sociedad civil es fundamental para construir un sistema que realmente responda a las necesidades de la población.

En resumen, a medida que la administración de AMLO se despide, el panorama de la salud pública en México es uno de retos y realidades frustrantes. Las promesas de transformar el sistema de salud en uno comparable al de Dinamarca han sido superadas por una serie de problemas que han dejado a muchos con la sensación de que, en este aspecto crucial, el gobierno ha fallado. La salud de los mexicanos no solo merece atención, sino un compromiso real y acciones efectivas que vayan más allá de las palabras.

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