Con la calentura política que se vive en nuestro querido país, todos los días salen como hongos después de la lluvia un chingo de aspirantes a políticos. Es más, si algún estado de la República se queda corto de candidatos, no hay problema, les mandamos una bola de cabrones que siempre se andan escondiendo para no atender a los ciudadanos, pero que en estos tiempos de elecciones se convierten en los más amables y cariñosos del mundo. Abrazan a las personas de la tercera edad como si fueran sus abuelitos perdidos, acarician a las mascotas como si fueran expertos en el arte de la zoología y hasta buscan charcos para meterse y que les tomen fotos, porque claro, eso es lo que realmente importa en una campaña política, las fotos.

Y no contentos con eso, se toman fotos con los albañiles, como si de repente se hubieran convertido en expertos en la construcción. Incluso, se atreven a agarrar la pala y hacerle al mamoncito que sabe de todo. Van a los hospitales, pero no precisamente para ayudar a los enfermos, sino para que les tomen fotos mientras hacen como que ayudan a cargar las despensas llenas de gorgojos. ¡Qué generosos! También cargan a los niños, pero eso sí, entre más llenos de tierra estén, mejor, porque así pueden presumir de su humildad y cercanía con el pueblo. Y cómo olvidar a esos políticos que se sientan a la mesa de las familias más jodidas, solo por una pinche foto que les haga ver como los salvadores de la patria.

Pero, oh sorpresa, cuando finalmente llegan al poder, les vale madre todo lo que prometieron en campaña. En estos tiempos modernos, suelen decir que les hackearon el número de teléfono, como si eso fuera una excusa válida para deshacerse de todos aquellos a quienes les dieron su número con la esperanza de que los escucharan. Además, entran por puertas traseras, como si fueran espías secretos, y si tienes la suerte de que te atiendan, te mandan al cabrón que antes solo se dedicaba a cargarles la maleta, pero que ahora le llaman secretario particular. ¡Qué honor!

Así que, queridos lectores, les doy un consejo: agarren todo lo que les ofrezcan estos políticos de pacotilla, pero a la hora de votar, háganlo por aquel que les dé su chingada gana. Recuerden que los apoyos y promesas que les dejan en campaña son comprados con su propio dinero, ese que les cobran en impuestos hasta por comprar un kilo de tortilla, de esos caros pero que son de 800 gramos. ¡Fugaaa!