Aquel día soleado y de buen calor, habían salido de su rancho Espiridion López y Nicolasa Castro, su abnegada esposa, con la intención de acudir a un compromiso familiar.

Se trababa de la petición de mano para el matrimonio de Bonifacio, su hijo mayor, quien había decidido unir su destino con la que consideraba su media naranja.

Anabolena, era la novia, hija de Don Orión Plata de la Colina, un rico hacendado venido a menos, y su distinguida esposa Doña
Karolina Alameda Cervantes de Borbón.

Los hacendados, habían perdido toda su fortuna por malos negocios emprendidos, así como por la consecuencia de la revuelta revolucionaria, sin embargo, lo que se resistían a perder era la presunción de pertenecer a la alta sociedad.

Por el contrario, Espiridion y Nicolasa, en materia de economía familiar habían venido de menos a más, por lo que trataban a todas luces de mostrar algo de “Pedigrí social” ante sus cercanos.

Y esa noche en que habrían de convivir con quienes serían su nueva familia política, y pese a haber portado sus mejores galas, Espiridion y Nicolasa, desmerecían mucho en materia de elegancia, frente Orión y Katalina.

Sin embargo, una vez instalados en la residencias de los anfitriones, y sintiéndose moralmente respaldado por la superioridad financiera que en esos momentos lo distinguía, el ranchero, tratando de mostrar soltura y altivez, se reclino en el mullido y lujoso sofá de la sala de los anfitriones, y cruzado de pierna, grito el clásico salud, del brindis.

Y brindaron todos, rompiendo el hielo que se había creado, ante la poca capacidad de entablar un dialogo culto y ameno entre novios, suegros y consuegros.

Y fue cuando ya las copas habían hecho su trabajo en unos y otros, cuando Katalina, indispuesta ya para guardar su disgusto y antipatía que sentía por los padres de su yerno, soltó el dardo venenoso.

“Ay, que lindos los colores de sus calcetines Don Espiridion”, dijo la altiva Dama.

“Se le ven divinos uno rojo y otro morado, se ve que le combinan muy bien con sus zapatos blancos de piel de cabra”, remató con brillante ironía la señora.

Tras el pesado silencio que por un momento se generó tras la cizaña de la señora Alameda Cervantes de Borbón, la respuesta de Espiridion no se hizo esperar.

“Sépase usted apreciada consuegra, que a mí nunca me ha importado el color de mis calcetines, ya que mi objetivo principal siempre será el sentir la comodidad que me ofrece la tela de las prendas al momento de enfundar mis pies en ellas”.

“Yo utilizo calcetines que me resulten cómodos, sin importar el color, y los porto solo para evitar que el duro cuero del zapato me lacere la piel y me generen heridas que me eviten caminar cómodo, ligero y sin malestar alguno”, respondió con firmeza el ranchero.

             LA METAFORA DEL CALCETIN.

Hoy en día, al observar el comportamiento de la clase política mexicana, me atrevería a pensar en la posibilidad de que la filosofía de Espiridion y sus calcetines, ha sido absorbida por muchos militantes de varios partidos políticos.

Y es que el color de las marcas partidistas parece que en la actualidad a nadie importa ya.

No parece apasionar a hombres y mujeres, la identidad ideológica de los Institutos, sino el beneficio y la comodidad con que puedan transitar en sus rutas trazadas, y claro, desde sus nuevas fundas partidistas.

En pocas palabras, portar “calcetines políticos” de distintos colores a nadie avergüenza, ya que al parecer se ha convertido en tendencia de frente a las elecciones presidenciales del 2024.

En el mercado electoral los puede usted encontrar en distintos colores y tonalidades.

La existencia es en color morado, blanco, azul, verde, amarillo, naranja, y si los gusta combinados o multicolor también se le ofrecen de inmediato.

Al cliente lo que pida, dicen los mercaderes de la política…Hasta aquí la dejamos…Nos veremos enseguidita.