Lo que se perfilaba para ser una intensa discusión en comisiones, y posterior debate de larga duración en tribuna, se convirtió en un circo y competencia de valentones. Ya no importa en qué términos se dictaminen las más de 100 iniciativas que proponen modificaciones a las actuales condiciones del INE, las OPLES, los partidos políticos y los procesos electorales, lo que hay que demostrar es quién puede concentrar más personas en una manifestación y llenar el zócalo.

Independientemente de la gran cantidad de dudas, desacuerdos, engaños, manejo de ideas para aparentar lo que no es, interpretaciones a modo, manipulación de conceptos, frases amañadas, y todo lo que se ha dicho, y se sigue diciendo, sobre lo que quieren que creamos que es la reforma electoral propuesta por el ejecutivo federal, en lo que se resume es en “Empecé a recoger opiniones y como lo nuestro tiene que ver con el mandar obedeciendo, la gente quiere que marchemos el 27”.

¿Quién quiere que López Obrador encabece una marcha el 27 de noviembre? Si le pregunta, uno por uno, a los cieguidores del Presidente, todos le dirán que sí. Les hubiéramos preguntado antes de que AMLO diera la orden y no hubieran sabido qué contestar.

Lo que se pretende es desacreditar las manifestaciones ocurridas en casi todo el país el domingo pasado. En lo mediático lo logró. Aquí estoy escribiendo sobre ese exabrupto, en lugar de estar detallando lo ocurrido con la marcha ciudadana y lo que eso representa. Cientos de miles saliendo en más de 50 ciudades, grupos de ciudadanos, con los partidos dejados fuera.

Del pueblo manifestándose el domingo 13 de noviembre, pasaremos a el gobierno marchando el 27 de noviembre.

¿Qué tan válido será ese ejercicio para demostrar el apoyo al desempeño del Presidente López Obrador o a su propuesta de reforma electoral?

De entrada, hay que descartar a los Gobernadores que, por respeto a la investidura y como representantes de todos los que vivimos y trabajamos en cada entidad federativa, no deben asistir al desfile del niño dueño del balón. Aunque fueran los 32, acompañados de sus esbirros, no cuentan para bien, cuentan para mal.

Hay que descartar a los Diputados Locales, Diputados Federales y Senadores. Son representantes del pueblo. Ni ellos ni sus “asesores” cuentan para bien. Aunque digan que el viaje lo pagan de su bolsillo, ese dinero llegó a esos bolsillos proveniente del erario público.

Hay que descontar a los funcionarios federales, secretarios, funcionarios estatales, Presidente Municipales, funcionarios municipales, empleados federales, estatales y municipales. En resumen, hay que descartar a todos los que van a lamer botas.

Descarte a todos los que van a quedar bien. Cuente solo a los ciudadanos que van por su voluntad, con ingreso no obtenido en un empleo en el que dependen del dinero de los impuestos. Entonces sí, me avisa cuántos son y los comparamos.

Hoy no debería estar escribiendo sobre una marcha en la que la gente fue por su voluntad y otra en la que van a quedar bien con el “jefe”, aunque sea una insensatez y lo disfracen con el argumento de ser partícipes del informe de gobierno, que debía de darse el jueves 1 de diciembre, no el domingo 27 de noviembre.

Lo realmente importante es si los inquilinos de San Lázaro van a ser receptivos a lo sucedido el 13 de noviembre o verán al gobierno marchar a favor del gobierno, y será esa su medida de lo que quiere “el pueblo bueno y sabio”.

Por cierto, todos los presidentes de México han llenado el zócalo de la Ciudad de México, solo hace falta un conocido grupo musical y buena pirotecnia. Lo difícil es que lo llene la oposición, pero, se les olvida que ya no lo son.

En lo que Víctor Trujillo ha denominado “la marcha de la venganza”, lo único que falta es que el orador, el único orador, sea Manuel Bartlett. Eso creo yo.