Las elecciones son indispensables para consolidar nuestra democracia. Permiten revalidar el privilegio de votar y elegir (¡o botar!) a quien se nos pegue la gana.
No ha sido fácil contar con un sistema electoral confiable. La historia registra no pocos episodios en los que los derechos de los ciudadanos fueron pisoteados también por el propio Estado.
Volvamos: ¿el proceso electoral es una fiesta? La pregunta admite sólo una respuesta: es una fiesta cívica si la voluntad ciudadana es respetada.
Estamos ya a unos días de concluir la jornada electoral 2021. Millones de electores, funcionarios de casillas y candidatos seremos actores del suceso. Pero la Constitución ordena que los ciudadanos seamos los protagonistas principales del juego y los garantes de la efectividad del voto. Ese es el tamaño de nuestra responsabilidad.
Para cumplir tal encomienda, las fuerzas del orden y los gobernantes deben estar al servicio de este ejército ciudadano y respetar y hacer respetar la legislación.
El 6 de junio, un millón 400 mil ciudadanos fungirán como funcionarios en 164 mil 500 casillas a instalarse en 300 distritos federales electorales.
El propósito es que más de 94 millones de electores ejerzan su derecho al voto de manera libre y secreta, sin coacción alguna.
El universo de candidatos a elegir es enorme: 15 gobernadores, 300 diputados federales por mayoría relativa y 200 plurinominales, más miles de alcaldes, regidores y diputados locales.
En Sinaloa, 2 millones 200 mil electores podremos elegir gobernador, 153 regidores, 24 diputados locales por mayoría relativa 16 por representación proporcional y 18 alcaldes. El ejercicio quedará en manos de 45 mil ciudadanos que desempeñarán el cargo de funcionarios en 5 mil casillas, según los datos del Instituto Estatal Electoral de Sinaloa. Aún así, cabe preguntar si algo podría frustrar nuestra fiesta cívica.
Lo cierto es que existen condiciones que, de presentarse, invitarían a no celebrar: el INE está excesivamente cuestionado; el recuento de votos es imperfecto; la comunicación de los resultados a través de actas es ineficiente (hay errores involuntarios o intencionales);  existe riesgo de manipulación de resultados, adulteración de actas o destrucción de urnas.
Muchos aspectos del proceso deben ser mejorados, como la transparencia en el registro de candidatos; la designación y capacitación de las autoridades de las casillas y la incorporación del voto electrónico, un paso que merece ser evaluado.
LA IMPORTANCIA DEL INE
Para muchos, el INE es una entidad insustituible. En una democracia tan joven, conviene valorar que apenas desde hace un poco más de 25 años tenemos elecciones más confiables que en el pasado, mejor organizadas por un órgano constitucional (que no es una dádiva del Poder, sino producto de un doloroso parto social) derivado principalmente de aquella vergonzosa “caída del sistema” en 1988, año en que Salinas de Gortari asumió el poder y Cuauhtémoc Cárdenas denunció ser víctima de un atropello del que el pueblo culpó al presidente de la Comisión Federal Electoral (CFE), dependiente de la Secretaría de Gobernación, a cargo de Manuel Bartlett Díaz. Aquel 6 de julio del 88 los resultados preliminares debieron aparecer en las pantallas del Registro Nacional de Electores desde las 19 horas, pero eso no ocurrió. La CFE anunció la “caida del sistema” y explicó que corregiría el error. Los partidos no tuvieron acceso al proceso de reparación del sistema de cómputo. Los candidatos Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel de Jesús Clouthier del Rincón y Rosario Ibarra de Piedra se apersonaron en la Segob ante lo que percibieron como un inminente fraude (el hedor flotante eso sugería). Pero el gobierno endureció su postura. Bartlett llamó a los  candidatos “perdedores” a aceptar la voluntad popular; dijo que las acusaciones eran “un cuento de hadas” y que él era solo “un chivo expiatorio de una campaña sucia” (El Universal). Diversos sectores de la sociedad se movilizaron y se logró al final la creación del IFE, un órgano constitucional autónomo operado por ciudadanos, que trasmutó a INE. El Dinosaurio fue lastimado.
Después de altas y bajas, sobre todo en 2006 y 2012, marcados por la sombra del fraude, en 2018 el INE obtuvo su mayor logro con la validación de la victoria indiscutible de Andrés Manuel López Obrador, acreditando un trabajo a la altura de las circunstancias. El Dinosaurio estaba en coma.
Paradójicamente, el bono ganado por el INE fue fugaz. Hoy el INE es acusado de imparcialidad y está sentenciado a su exterminio, y los resultados del 6 de junio podrían acelerar este proceso, sin duda. ¿El Dinosaurio sigue ahí?
Esa será otra historia y un nuevo relato. Mientras tanto, haga a un lado la modorra del domingo y el miedo y salga a votar.