Los vaticinios de los resultados electorales apasionan siempre a la mayoría. Para saciar tal interés, miles de encuestólogos, politólogos, líderes políticos, periodistas y ciudadanos predecimos los porcentajes finales de las elecciones del 6 de junio y, si nos apuran, del 2024.
Los oráculos son ruidosos y confusos. Inundan las redes sociales, la TV y todos los medios de comunicación.
¿Quién ganará la gubernatura, las diputaciones, las alcaldías?
Para saberlo, hay que estudiar los procesos pasados. En principio, repasar el Tsunami 2018 ‘le pone sabor al caldo’ y eleva la adrenalina.
La tentación de adelantar pronósticos es grande y atrapa casi a cualquiera. Los perfiles de los candidatos quedan sometidos a un escrutinio severo.
El pueblo (sin adjetivos) revisa cientos de encuestas para pulsar cómo votará el electorado; recuerda batallas pasadas y los éxitos y fracasos de cada protagonista; calcula los recursos económicos que hay detrás de cada partido y de los candidatos; observa y analiza la frecuencia de las publicaciones sobre cada uno, y clasifica: tantas “buenas”, tantas “malas”. Así, la gente toma partido.
Muchos esperan que la marca AMLO (arrolladora en 2018) repita la hazaña, pero no pocos sopesan algunos yerros del presidente y anticipan que éstos afectarían el comportamiento de los votantes.
Otros factores podrían también inclinar las votaciones. A saber:
1. El eje principal de la 4T: ¡primero los pobres! y los programas sociales derivados de este postulado influirían en el ánimo de millones de seguidores leales a la hora de cruzar las boletas.
2. La ‘cruda’ económica del país puede pesar en el ánimo de un segmento importante, al igual que otros factores pesados como son los saldos catastróficos de la pandemia, la confusión que priva en la conversación pública, los sainetes políticos y la violencia de cada día.
El propio desánimo y la depresión que generan la pandemia y la “nueva normalidad” en muchos podrían provocar abstencionismo o afectar su decisión a la hora de emitir el voto.
Aunque somos escépticos respecto de esta posibilidad, digamos que urge y conviene lograr la concertación de acuerdos básicos entre las instituciones y los partidos para garantizar que no se desmadre (que no salga de su cauce legal) el proceso electoral, un ejercicio que debe ser democrático y equitativo ante todo.
Tales acuerdos deben tomarse a la brevedad posible pues advertimos una jornada electoral polarizante. “Se siente”, dice el pueblo. Hay signos de envilecimiento por todas partes.
Es previsible una guerra sucia, mayor confrontación partidista y, créalo, mayor división social (¿recuerdas el Sinaloa de 2010? Cientos de miles de sinaloenses convirtieron a un candidato en su ídolo, lo que generó profundas rupturas entre amigos, grupos y familias completas. Luego, la decepción).
¿Quién ganará en junio en un clima de competencia semejante? El país, no. Sinaloa, tampoco.
Desde el ámbito de cada uno, vigilemos el desarrollo del proceso. Si es posible, seamos observadores acreditados. Hay que preservar los derechos constitucionales y promover su respeto. En concreto, difundamos la importancia de votar. Por quien queramos, pero votemos.
Después de más de un año de confinamiento, el 6 de junio coloquémonos el cubrebocas y vayamos a la casilla que toque.
¿Es riesgoso salir y hacer la cola? En realidad, es más peligroso ser omisos y no votar y dejar que unos cuantos decidan tu futuro. Nuestra propia indolencia podría incubar una nueva pandemia no biológica con consecuencias nefastas.