Los niños de hoy no viven la calle. Es un lugar inseguro. Atropellados o en medio del tráfico, mueren aquí cada año decenas de chamacos, aunque esta no es la situación de peligro única que enfrentan.
Los niños y los adultos hemos estado expuestos a situaciones extremas, como el pasado 17 de octubre, cuando permanecimos pecho en tierra durante horas. Ese día, de pronto, se esfumó una paz que era frágil y la ciudad perdió su inocencia.
La Pax Narca quedó al desnudo. Era sólo una desdramatización de la narcoguerra, o una tregua de la ofensiva militar, o una pausa para que las bandas sofocaran sus disputas, o algo así.
La detención fallida de Ovidio Guzmán nos enfrentó a una realidad: Culiacán y Sinaloa y México son vulnerables ante hechos violentos de alto impacto.
¿Qué pasó aquí? El grupo beligerante (el llamado Cártel de Sinaloa, supuestamente) apareció ‘victorioso’, aunque, de manera inédita, incurrió en el error de afectar con acciones belicosas la tranquilidad de los ciudadanos. Para los culichis esto fue extraordinario porque en el pasado no vimos algo similar. En casos de persecución, los gomeros clásicos esquivaban a los policías o se escondían en los montes.
No entendemos qué sucedió cuando el grupo olvidó que su principal fortaleza era la aparente o real tolerancia de una sociedad que incluso admira a sus líderes.
Ni cómo fingir. Muchos ciudadanos, aún aquellos que representan a “la sociedad civil”, ven en ellos un blindaje contra la irrupción de cárteles ajenos que ven a Culiacán como la joya de la corona en la industria del narco y contra modalidades de delincuencia no comunes en la ciudad, como son el secuestro, el cobro de piso, las extorsiones, la trata de blancas y otras barbaridades que azotan ahora a la mayoría de las urbes mexicanas.
¿Quién no ha escuchado o expresado aquí que es preferible que Joaquín Guzmán u otros supuestos capos no sean capturados, si “sólo ellos garantizan la estabilidad de Culiacán” o de otras ciudades?
Algo se ha roto. Pero el antes y el después del día 17 introduce en nuestro vocabulario conceptos novedosos para la mayoría. Hoy hablamos de “resiliencia” y comprobamos que, efectivamente, Culiacán es una ciudad altamente resiliente: capaz de resurgir y de recuperarse de momentos de crisis generados por violencia o por fuerzas de la naturaleza. La gente de Culiacán, lo vimos de nuevo, se sobrepone de inmediato a cualquier contingencia, y esto crea confianza en que las cosas pueden cambiar.
¿Qué sigue? Los culichis estamos emplazados a reescribir la historia, ahora en favor de nosotros, la ciudad, pues nos queda una sensación de vulnerabilidad.
La recomposición es necesaria e implica no sólo paliar el traumatismo colectivo; debe partir del estudio de nuestra realidad y de iniciar un proceso cultural que nos permita ver y hacer las cosas de otra manera. No requerimos placebos siempre ilusorios.
Necesitamos abrir espacios de reflexión para recomponer, pensar la ciudad y diseñar políticas públicas que por primera vez abran la oportunidad de cambiar lo que parece descompuesto.
Hablamos de espacios en los que quepan y participen con libertad los académicos, las instituciones de los tres niveles de gobierno, expertos en temas diversos y ciudadanos con una visión amplia y preocupada sinceramente por lo que acontece hoy y lo que ocurrirá mañana. La visión inmediata es construir acuerdos y mecanismos para detener y encauzar la discusión pública. También para desactivar una polarización extrema que enferma a la sociedad.
Esta jornada cívica deberá incluir una revisión del modelo del desarrollo económico, marcado en lo local por signos de competencia económica brutal y desleal.
Si aspiramos a una sociedad justa, en la que nadie quede atrás, ni segregado, ni amenazado, es hora de caminar en otro sentido, ya no sólo re-instaurar una pax narca que será siempre momentánea y frágil, muy frágil.