Para muchos, las únicas herramientas eficaces para combatir la inseguridad son las armas y los policías, la persecución y la rudeza. Nada más falso.

Ante ello, algunos expertos proponen ahora utilizar también la planificación urbana para atacar la marginalidad social, reducir la delincuencia y prevenir el crimen.

Los gobernantes de las ciudades más conflictivas podrían atender recomendaciones de este tipo cuando, año tras año, miles de millones de pesos se destinan a la compra de decenas de patrullas, capacitación, tecnología, armas y a los salarios de miles de policías, sin lograr pacificar las urbes, ni atrapar o desterrar a los malandrines.

En casos, no logran ni disminuir los indicadores rojos, y pareciera que las corporaciones combaten a ciegas a un monstruo que parece invencible. Evidentemente, en esta estrategia hace falta algo.

ONU-Hábitat publicó ayer el artículo Cómo reducir el crimen a través del diseño urbano, elaborado con base en información del libro ´Planeamiento Urbano para Autoridades Locales’.

El texto ofrece una manera novedosa –o diferente- de ver el fenómeno de la criminalidad que azota a muchas ciudades de Sinaloa y México.

Propone que las intervenciones a nivel de calle en los asentamientos informales son iniciativas importantes en la prevención de la inseguridad.

La planificación puede identificar causas del crimen, establecer la presencia local de lo público y generar confianza entre grupos e instituciones marginadas como estrategia clave contra los delitos.

Aunque la delincuencia es un fenómeno complejo, aseguran, las intervenciones de planificación urbana pueden abrir espacio para las actividades económicas formales e informales, impulsar la recuperación y el mantenimiento de espacios públicos, y hacer que servicios y nuevas oportunidades estén disponibles para los residentes marginados.

Sostienen que las actividades delictivas suelen ser más agudas donde hay insuficiente alumbrado público, terrenos baldíos o edificios abandonados. Esto parece indiscutible.

También es más grave en calles o caminos no pavimentados que no permiten el acceso de patrullas u otros vehículos, o en donde pocas personas pueden observar lo que ocurre en su entorno (calles abandonadas, zonas con altos muros ciegos y grandes espacios abiertos).

Es evidente que el aislamiento de las personas produce resultados socioeconómicos negativos, lo que puede generar disturbios y delincuencia y que las áreas con gran número de desempleados y subempleados no pueden dar sustento a los negocios ni a la comunidad, generándose la necesidad de  combinar espacios residenciales, laborales y comerciales dentro del vecindario.

La mezcla de usos del suelo, entre otros beneficios, reduce el riesgo de posible violencia en el transporte público y asegura una mayor vigilancia.

Por ello, los expertos exhortan a permitir actividades comerciales durante todo el día: tiendas que operan hasta altas horas de la noche o cafeterías abiertas las 24 horas, por ejemplo, que atraen movimiento peatonal y vigilancia pasiva.

El espacio público en buen estado, defienden, desarrolla un sentido de identidad y de pertenencia en las comunidades. Ser parte, o identificarse con la comunidad puede ser eficaz para erradicar el delito, y existe además relación directa entre el mantenimiento del espacio público y la percepción de delincuencia.

Pero los efectos de la delincuencia no se reducen a los delitos del fuero común conocidos, ni aún a los de alto impacto –asesinatos, secuestros u otros-.

Para entender, los autores apelan a la sensación de tierra de nadie (que puede causar deterioro y elevar el costo del mantenimiento de los espacios públicos, lo que favorece el vandalismo, por un lado, exacerba los sentimientos de inseguridad y ahuyenta las inversiones).

Citan también a la teoría de la Ventana Rota, empleada en criminología para referir el contagio de las conductas ‘inmorales’ o ‘incívicas’, y la teoría referida sostiene que los entornos urbanos en malas condiciones pueden provocar aumento de la criminalidad, pues en estos sitios el mensaje es claro: “aquí no hay nadie que cuide de esto”.

–          “Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio; y,  si está abandonado, es posible que lo ocupen ellos y que prendan fuego dentro. O consideren una acera o una banqueta: se acumula algo de basura; pronto, más basura se va acumulando; con el tiempo, la gente acaba dejando bolsas de basura de restaurantes de comida rápida o hasta asaltando coches” (tomado del libro Arreglando Ventanas Rotas, de  George L. Kelling y Catherine Coles).

El crimen, entonces, desalienta la inversión, espanta al turismo y genera la emigración de personas capacitadas.

Sin duda, los factores de la delincuencia impactan negativamente en la economía. Producen efectos en la psicología de los ciudadanos, atentan contra el espíritu emprendedor y reducen los valores de la propiedad.