Con el pretexto de fortalecer la vida democrática nacional, en México inició la transmisión en radio y TV de 60 millones de spots que, machaconamente, saturarán e intoxicarán nuestros sentidos.

Se trata de casi medio millón de horas de transmisiones que programará el Instituto Nacional Electoral (INE).

Un auténtico bombardeo de mensajes banales.

Este  fenómeno mediático-electoral  muestra un crecimiento exponencial: si en el 2006 (un año antes de que se reformara la ley federal electoral y se prohibiera la contratación directa de espacios electrónicos) los partidos políticos compraron a los concesionarios de la radio y la TV 700 mil spots. ¿Le parece mucho?

Usted compare: desde ahora al 1 de julio del 2018 los candidatos dispondrán de 60 millones de espacios regulados por el INE con los sanos propósitos de garantizar equidad en la competencia y reducir los costos de las campañas.

Aunque los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre los efectos que provoca en la audiencia la saturación de los medios de comunicación con la transmisión de tantos millones de mensajes, sí hay indicios de que esta auténtica tormenta mediática genera rechazo en el público hacia los candidatos y sus partidos.

Según datos del Grupo Delphos, la exposición de cada partido es tan abrumadora que representa un tres mil por ciento más que la publicidad empleada por cualquier firma comercial, lo que nulifica la eficacia de esta estrategia electoral, sobre la cual apuestan todo los contendientes y sus partidos.

Diversos expertos en el tema creen que el efecto acumulado de tanta publicidad es contraproducente.

En lugar de convencer a los ciudadanos de que acudan a votar, pueden provocar su hastío.

También, en vez de que los millones de spots sean útiles para que el ciudadano discierna con claridad entre las ofertas de los partidos, puede ocurrir lo contrario: confundirlos y llevarlos a la conclusión de que’ todos son iguales’ (¿le suena?), sobre todo si sus spots usan símbolos que apelen a las emociones primarias de la gente.

Aunque la ‘ciencia de las campañas políticas’ se encuentra aun en pañales, muchos estudiosos refutan lo anterior y sostienen que las campañas de lodo (negativas) sí propician más participación de los votantes y hacen que estos sean más exigentes antes de votar.

La confrontación de ideas (el debate) es útil y se debe alentar, efectivamente, pero en la práctica caminamos en sentido contrario.

Lo riesgos parecen claros:

Después de tan abrumadora propaganda, es posible que el votante quede exasperado y más escéptico respecto del valor y la importancia de los procesos electorales.